Las promesas de Syriza se han diluido entre recortes de pensiones, privatizaciones y subida de impuestos. El Eurogrupo reconoce que los problemas volverán a Atenas por el grueso de su deuda
31 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.«Syriza se rindió de forma miserable ante los acreedores (...) Ahora Grecia está desalentada», asegura con furia y pesar el ex diputado de la formación de izquierdas Costas Lapavitsas. Lo hace la misma semana en que se cumple un año de la victoria en las urnas del partido de Alexis Tsipras. Lapavitsas, como tantos otros, confiaron en las promesas de cambio, en la posibilidad de torcer la voluntad de los socios europeos y en la capacidad de su partido de aprovechar la oportunidad histórica que les brindaba el pueblo griego. Pasaron doce meses desde aquel «se acabó la austeridad, se acabó la troika» y Tsipras celebra su primer aniversario de legislatura rodeado de protestas, huelgas y manifestaciones por las calles de Atenas. ¿Qué ha pasado desde entonces? ¿Qué se torció por el camino?
El duelo perdido
«No quiero que el Eurogrupo se convierta en otro Waterloo», advertía el comisario de Economía, Pierre Moscivici, en plena guerra entre Atenas y los «halcones» del euro. Tsipras trató de mantener a raya a los acreedores (FMI, BCE y CE) mientras el entonces ministro de Economía, Yanis Varufakis, lidiaba en la arena con sus homólogos más duros del euro: Alemania, Finlandia, Holanda, Eslovaquia y los países bálticos. Ambos plantaron una larga batalla en solitario de seis meses para echar el cerrojo a las políticas de recortes de la troika. Lo que no sabían entonces es que la lucha estaba perdida de antemano. «Para su desgracia, no saben cómo funciona el Eurogrupo», comentaban funcionarios del Consejo días antes de que Grecia se jugase la permanencia en el euro. El destino del país heleno ya estaba escrito mucho antes de que Syriza llegase al poder. Ni el «oxi» que dieron los griegos en el referendo del 5 de julio a la oferta de la troika ni la imposición de controles de capital en el país quebraron las aspiraciones del Eurogrupo que llegó a invocar el temido «grexit».
El 13 de julio, Tsipras tragó saliva, desoyó a las urnas y acabó firmando un acuerdo «de condiciones espantosas», según el ex director del FMI, Dominique Strauss-Kahn, a cambio de negociar un tercer rescate por un período de tres años y por la cantidad de 86.000 millones de euros.
Un acuerdo doloroso
La capitulación de Tsipras se llevó por delante la credibilidad del partido y abrió una enorme crisis en Syriza. Varufakis, fuera del Gobierno, se desmarcó de la decisión del primer ministro.
Tsipras se sacudió a los miembros díscolos y anunció elecciones anticipadas en septiembre para refrendar el apoyo al programa pactado. «Tiene que explicar a la gente por qué fallamos en la negociación y llegamos a este resultado», pedía abiertamente el diputado de su partido, Alexios Mitropoulos.
A pesar del revuelo interno, Tsipras revalidó la victoria. Un respaldo para encauzar de nuevo a Grecia por la tradicional senda de los ajustes que dilapidaron a lo largo de los últimos cinco años una cuarta parte de la economía del país. Las mismas reformas que hundieron el gasto público un 25 %, paralizando la economía y disparando la deuda de un territorio donde la inversión desde la crisis del 2007 se desplomó un 64 %. El círculo «virtuoso» de la austeridad había vuelto a Grecia.
Desde entonces, Tsipras gobierna a golpe de calendario y reforma. Ahora ya no recibe a los hombres de negro de la troika en Atenas, sino a los de la cuádriga (CE, BCE, FMI y Mede). La «restauración de los derechos laborales, el rechazo a recortar salarios y pensiones» ya no son «líneas rojas». En octubre entraron en vigor los primeros recortes: Supresión del descuento del IVA a las islas, bajada del subsidio al gasóleo de los agricultores y cambios en el sistema de pensiones. El parlamento aprueba un primer paquete de reformas para desbloquear 2.000 millones de euros aumentando impuestos, la edad de jubilación hasta los 67 años y aumentando los tipos de interés del 3 al 5 % a ciudadanos morosos con Hacienda. Arranca el proceso de privatización del puerto El Pireo. En noviembre llega ley de ejecución hipotecaria para ayudar a la reestructuración de los bancos (12.000 millones de euros), afectados por la huida de depósitos el la primera mitad del año. Tsipras salva del desahucio al 25 % de los ciudadanos hipotecados, desbloquea 2.000 millones de euros, pero sigue perdiendo apoyos. Se queda a dos diputados de perder la mayoría. Llega diciembre y con él, los presupuestos del 2016. Más subida de impuestos, cotizaciones a la Seguridad Social y recortes en las prestaciones sociales. El objetivo es conseguir un superávit de 5.700 millones de euros.
2016, vuelve la tensión
Las perspectivas para este año no son halagüeñas. Bruselas estima que el PIB griego retrocederá este año un 1,3 %, el desempleo aumentará una décima hasta el 25,8 % y la deuda seguirá en máximos. Tsipras no ha recorrido ni la primera parte del camino, lo más duro está por llegar. Para cerrar la primera revisión del programa de rescate, que se está evaluando estos días en Atenas, deberá «aclarar» detalles de la reforma fiscal y del fondo de privatizaciones.
Y lo más problemático, dar una vuelta de tuerca al sistema de pensiones que absorbía hasta ahora el 17 % del PIB nacional. Se contempla el aumento de las contribuciones de los autónomos, así como la reducción de las cuantías de entre el 15 y el 30 % desde el 2018 para ahorrar este año 1.800 millones de euros (1 % PIB). Los jubilados no aceptarán nuevos recortes en sus pagas, ya llevan doce desde el inicio de la crisis. Los sindicatos se han echado a la calle y anuncian huelgas. Tsipras, en la cuerda floja, se defiende: «Un país con una población activa de menos de 4 millones de personas no puede sostener a 2,5 millones de pensionistas».
Sus críticos hacen otra lectura: «Syriza está implementando una por una las políticas de austeridad que en otro tiempo condenaba (...) Han reforzado la idea, a lo largo de Europa, de que nada puede cambiar y que la austeridad es el único camino posible», denuncia Lapavitsas. Los ciudadanos no están convencidos y el respaldo a Syriza cae por debajo del 20 %. Los ingresos disponibles se han desplomado un 25 % en el último año y el control de capitales todavía persiste, limitando a 60 euros diarios la retirada de dinero por persona.
La pesadilla se repite
Con este panorama, el Eurogrupo asume que más pronto que tarde, los problemas volverán a Grecia. Por delante queda el capítulo más espinoso del acuerdo: La reestructuración de la deuda griega. Está previsto que las negociaciones se abran en marzo. Tsipras se juega una de las pocas promesas que conserva inviolables. La necesidad apremia. La deuda pública alcanzará este año el techo del 200 % del PIB. Con una economía destruida y sin margen para estímulos fiscales, será muy difícil reducir esa carga a tiempo sin que lastre el crecimiento y el empleo. Si no se alivia el peso a los griegos, la zona euro se verá abocada a repetir la misma pesadilla del 2015. Lo advirtió hace meses el FMI, pidiendo una condonación «sustancial» de la deuda. La cuestión es, ¿están los acreedores dispuestos a renunciar a su parte del dinero prestado?