Las luces rojas se encienden en la economía de Italia

Valentina Saini

MERCADOS

TINO ROMANO | EFE

La ralentización del crecimiento por la excesiva dependencia de la locomotora alemana preocupa a un Gobierno que se enfrenta a un creciente descontento social

22 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Las últimas proyecciones del Fondo Monetario Internacional sitúan en un 0,7 % el crecimiento del PIB italiano para este año y el próximo, por debajo del de España y Francia. La causa es, en parte, la ralentización de la economía alemana (- 0,5 % en el 2023), a la que el tejido productivo italiano está profundamente vinculado. Los empresarios del país transalpino están preocupados. El Centro Estudios de Confindustria (la principal organización representativa de las empresas manufactureras y de servicios) celebrará el 28 de octubre en Roma una conferencia con un título muy elocuente: «¿Está volviendo la economía italiana al bajo crecimiento?». También hay inquietud en el Gobierno de centroderecha: después de avanzar un 8,3 % en el 2021 y un 3,7 % en el 2021, la vuelta al crecimiento anémico —que marcó a la economía italiana desde principios de los años 2000—, también podría señalar el principio del fin para la coalición liderada por la ultraderechista Giorgia Meloni.

Los analistas sostienen que el votante de derechas es pragmático y quiere resultados, y creen que muchos se decantaron por Meloni en el otoño del 2022 creyendo que era una mujer concreta, capaz de reducir la burocracia, bajar los impuestos y generar riqueza. Pero si esto no ocurre, intuyen, una parte importante de estos votantes empezará a echar de menos a Mario Draghi. El fantasma de un nuevo Gobierno de técnicos es una espada de Damocles para Meloni. No es casualidad que la primera ministra ya haya asegurado que, en el caso de una crisis de Gobierno, habrá de inmediato nuevas elecciones (la forma de impedir que un tecnócrata llegue a primer ministro).

En parte, la ralentización económica de Italia es achacable a factores externos. En primer lugar, la subida de los precios de la energía y de muchas materias primas, que está golpeando duramente a la economía italiana, una de las más industrializadas de Occidente. «La factura de la luz es una auténtica ruina», se queja Paolo, gerente de una tipografía en un pequeño centro en las afueras de Venecia. «Y la gasolina sigue por las nubes. Ir a visitar a un cliente a otra provincia se ha convertido en un lujo», precisa.

Pero si la economía italiana es una de las menos dinámicas del mundo desde principios de siglo, no es por las tensiones geopolíticas internacionales. El sector servicios, a diferencia de la industria, tiene de media una productividad baja, en parte debido a que muchas actividades están excesivamente reguladas y son rígidas por las exigencias de los colegios y de las asociaciones profesionales. La burocracia perjudica a las empresas, sobre todo a las pymes, que no tienen personal suficiente para hacer frente a las múltiples exigencias del aparato regional y estatal. «Me paso tres o cuatro horas a la semana hablando con abogados y gestores, casi siempre para atender trámites absurdos o resolver minucias», explica un empresario y socio de una start-up de Vicenza. «Esto significa que pierdo al menos doscientas horas al año de mi tiempo en tonterías, y para un negocio con tres socios y dos empleados, eso es demasiado tiempo». La ley de presupuestos por valor de 24.000 millones que el Parlamento italiano tiene que examinar estos días intenta satisfacer algunas de las demandas de los votantes, en particular una reducción (contenida) de los impuestos sobre las rentas del trabajo. La oposición ataca al Gobierno, calificando de inadecuado el nuevo marco que propone; por su parte, las agencias de rating global expresan inquietud y la prima de riesgo italiana ha subido desde septiembre, superando los 200 puntos básicos. Si el país transalpino no recupera el impulso económico que experimentó tras la pandemia, la situación podría complicarse, tanto para el Gobierno como para la credibilidad fiscal del país.