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«Manolo, a ver si van a quemar el Códice...»

La Voz

CULTURA

08 jul 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Los primeros cuatro meses de la investigación fueron extraordinariamente complicados. La catedral es una galaxia con vida propia, con sus habitantes y sus complejas redes de relaciones personales. Precisamente el factor humano pudo desencadenar el robo del Códice, ya que el móvil no fue la venta de un manuscrito que en el mercado podría alcanzar un precio de diez millones de euros, sino el afán de venganza contra el deán.

El cabildo, muy probablemente después de detectar la sustracción continuada de objetos y dinero, había prescindido en el 2008 de los pequeños arreglos y chapuzas de Fernández Castiñeiras, al mismo tiempo que en el vecino monasterio de San Martiño Pinario enseñaban la puerta de salida a este electricista que en su afán recaudatorio incluso llegó a birlar las humildes pertenencias de las monjas que trabajan en la catedral.

Fernández Castiñeiras, un tipo introvertido, de personalidad compleja y obsesionado con la catedral y sus inquilinos, alimentó desde ese momento un rencor creciente hacia el cabildo, al que reclamaba varios miles de euros en pago por los servicios prestados. Por lo visto después, no aguardó a la resolución del litigio y decidió cobrarse la deuda por la vía más directa. La policía cree que se apoderó a diario, durante veinte años, del contenido de los suculentos cepillos del templo.

Rigurosa vigilancia desde enero

Pero no fue hasta enero de este año cuando, descartados los otros 200 sospechosos, las pesquisas se centraron en el ahora autor confeso del robo. Se pincharon sus teléfonos por orden judicial y se estableció una rigurosa vigilancia sobre Fernández Castiñeiras. En siete meses no dio ni un paso en falso, salvo el amago de comprar a tocateja un piso de 300.000 euros.

Cada mañana, misa a primera hora y luego café en el entorno de la catedral junto a los parroquianos fijos del local. Pocas bromas, y alguna sonrisa helada cuando alguien desenfundaba la intriga del Códice.

Los agentes de paisano que investigaban la desaparición incluso llegaron a preguntar directamente a Fernández Castiñeiras cuando se lo encontraban en la nave central de la catedral: «¿Manolo, has sido tú?», a lo que el electricista contestaba agachando la cabeza en silencio.

En una de estas charlas informales, un policía soltó un interrogante que provocó uno de los contados errores del ladrón.

-Manolo, a ver si van a quemar el Códice...

-No, no, no. No está quemado.

Los agentes doblaron entonces la apuesta y dejaron caer que esa frase bastaba para arrestarlo. «Si voy al talego, con un misal y un rosario tengo bastante», sentenció sin arrugarse.

¿Por qué se tardó un año en echar el guante al hombre del que se sospechaba a los tres días del robo y al que se vigilaba sin pausa desde enero? Los investigadores tenían clara su prioridad: recuperar el Códice Calixtino sano y salvo era más importante que detener al culpable.

La decisión final del arresto la tomaron dos hombres clave en la resolución del caso: el juez de instrucción José Antonio Vázquez Taín y el jefe de la Brigada de Patrimonio Histórico, Antonio Tenorio. Asumieron los riesgos y dieron la orden. El martes 3 la policía da el paso. Los agentes detienen a Manuel Fernández Castiñeiras; a su mujer, Remedios Nieto; al hijo de ambos, Jesús Fernández Nieto; y a su novia, María Jesús Quinteiro. Hasta las cuatro y media de la madrugada del miércoles 4 se registran las propiedades de la familia en O Milladoiro, A Lanzada y Negreira. Los agentes encuentran 1.200.000 euros en metálico y documentos de todo tipo. Pero el Códice no aparece.

Tuvo que llegar el aniversario exacto del robo para completar el rescate. El 4 de julio, a las 14.30 horas, se registra minuciosamente un trastero que Fernández Castiñeiras posee en un garaje de la rúa da Cruxa de O Milladoiro. Hay una caja en el suelo. «¿Habéis mirado ahí?, pregunta Vázquez Taín.

Los agentes abrieron una bolsa. Dentro, había otra bolsa. Y otra. A la cuarta, apareció el Códice. «Cuando lo vimos, todos empezamos a llorar de emoción, el juez, los policías, todos», relató Begoña Bravo, testigo del rescate de ocho siglos de historia.

«Si voy al talego, con un misal y un rosario tengo bastante», dijo el sospechoso

«¿Habéis mirado ahí?», preguntó Vázquez Taín señalando una caja en el suelo