Javier Tomeo: «Huyo de la literatura pirotécnica, hermosa, pero luego se desvanece»

Xesús Fraga
Xesús Fraga REDACCIÓN /LA VOZ

CULTURA

Tomeo reúne en un tomo sus libros de relatos junto a textos inéditos

31 oct 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Pocos escritores han inventado como Javier Tomeo (Quicena, Huesca, 1932) una manera de ver el mundo «y contagiarla a sus lectores», como expone Daniel Gascón en el prólogo al volumen que reúne los cuentos completos del autor aragonés y que publica Páginas de Espuma. Están sus celebrados Bestiarios y Cuentos perversos, pero también textos inéditos o poco conocidos. Antes de que el periodista formule la primera pregunta, Tomeo empieza a hablar de Cunqueiro: «Yo era un chaval y él venía casi todas las fiestas del libro a Barcelona. Se reunía con unos amigos escritores catalanes veteranos en un altillo de una librería y ahí tuve la oportunidad de conocerle. Incluso leyó algo de su Simbad, fue genial. Él influyó mucho en Joan Perucho, que también era un gran admirador suyo».

-¿Y le gustaban sus libros?

-Hombre, muchísimo, claro. El suyo es el mundo mágico, distinto, que huye de los falsos realismos sociales que entonces estaban de moda. Me gustaba mucho, sí. También Joan Perucho, que era su amigo, estaba muy influenciado por él.

-A usted siempre lo relacionan con Kafka, Buñuel y Goya.

-Estamos en una situación en la que para vender hay que etiquetar. A mí me han clavado la etiqueta de «una inesperada colisión entre Kafka y Buñuel». ¡Qué más quisiera yo! Son las leyes del mercado, que dan un nombre a lo que pretenden vender. Me gusta mucho Buñuel, sus guiones, me gusta también Kafka, me gustan las Pinturas negras de Goya, me siento identificado y entonces ahí estoy.

-Releyendo el Bestiario me he acordado de un personaje de la última novela de Julian Barnes, que, en referencia a Ted Hughes, ironizaba sobre qué le ocurriría cuando se acabasen los animales. Pero los animales no se terminan nunca.

-No se acaban. Todos tienen muchas lecturas, hasta las palomas, la que pertenece al Bestiario de Cristo y la que está en el de Satanás. Una, la que llevaba ambrosía a los dioses, una paloma pagana y lasciva, y luego la paloma de la Santísima Trinidad, por así decirlo. Como decía el fabulista francés La Fontaine, Dios puso a los animales en este mundo para instruir a los hombres. Los animales, con sus conductas puramente instintivas, nos ofrecen modelos para interpretar, para conocer, para llegar a las raíces más profundas de la conducta humana. Las bestias son de Dios, la bestialidad es humana, decía Zola, me parece. Hay que respetarlos. Quererlos, comprenderlos.

-No sé si bestialidad, pero deformidad humana también la hay en sus cuentos.

-Lo perfecto, desde un punto de vista literario, no me seduce, no me motiva. Hay que dejar al perfecto con su felicidad y no hablar mucho de él, no sea cosa que se dé cuenta de que no tiene tantos motivos para ser feliz. Me interesa lo que se aparta de lo normal, lo «monstruoso».

-Y la brevedad.

-Me muevo muy bien en la distancia corta, brevísima, en el microrrelato, lo cual no quiere decir que no me parezca también la novela larga un instrumento cultural de primera magnitud. Yo cuando escribo practico un principio que es la economía del lenguaje. Si puedo explicar algo en tres palabras no utilizo seis. Procuro huir de la literatura pirotécnica que en un momento es muy hermosa pero luego, pum, se desvanece y no queda nada. Creo también que hay que presentar competencia a otras formas más rápidas, como el cine o la televisión, con novelas más breves y contundentes.