Apareció hace siete decenios pero desde entonces no ha dejado de conquistar lectores en todos los idiomas. El personaje de Antoine de Saint-Exupéry cumple años rejuvenecido y sin dar muestras de que su mundo de fantasía llegue a marchitarse
09 feb 2013 . Actualizado a las 13:30 h.El 6 de abril se cumplirán 70 años de la primera publicación de Le petit prince, la obra más conocida del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) y uno de los grandes éxitos literarios del siglo XX. El personaje ha cumplido siete decenios, superando así en edad al amigo a quien el autor dedicó el libro, Léon Werth, quien entonces contaba 65 años. Claro que una cosa es el tiempo biológico y otra muy distinta el tiempo literario. Saint-Exupéry aclaró que era el Werth «pequeño» a quien dedicaba una historia que escribió en Nueva York, exiliado de una Francia ocupada por los nazis, en la que su amigo pasaba hambre y frío y necesitaba de consuelo. Si «todas las personas mayores han sido primero niños», como pregonaba el autor, El principito no ha sufrido el desgaste cronológico y se ha librado de ese proceso de decepciones encadenadas que llamamos crecer. Su lectura, para muchos, sigue siendo una forma de regresar a la mirada que permite intuir el elefante dentro de la boa y no ver simplemente un sombrero.
Es esa dualidad de obra poética de fondo filosófico vestida de cuento infantil la que hace que El principito crezca con sus lectores. O, más bien, son ellos los que crecen y el libro no, pero cuando vuelven a él en cada momento vital diferente, sus páginas les hablan de modo distinto. La brillante peculiaridad de las metáforas empieza a despejar sus incógnitas, que comienzan a revelar sus secretos y a reubicar algunos de los conceptos aprendidos. La paradoja consiste en profundizar con los años en los significados de una obra que, en esencia, pone en duda las supuestas bondades de los valores del mundo adulto.
A pesar de que como adulto su vida fue breve, Saint-Exupéry la exprimió a fondo. Vivió con pasión su carrera de aviador y dejó por escrito algunas de las mejores páginas sobre el acto de volar: pocas veces se ha concretado con palabras y con tanta maestría un medio tan etéreo como es el aire. Sus descripciones del desierto -donde en 1935 sufrió un accidente que casi le cuesta la vida- son también una de las mejores muestras de la literatura de aventuras, género al que entregó títulos memorables como Tierra de hombres o Vuelo nocturno. El 31 de julio de 1944 se subió a un avión de reconocimiento y se perdió en el Mediterráneo, fijando así su leyenda definitivamente en el tiempo sin tiempo de los héroes. «Es extraordinario que viviese tanto como vivió», dice el escritor británico Robert Macfarlane, quien subraya las conexiones ecologistas y humanistas que confieren unidad al conjunto de la obra de Saint-Exupéry, dos conceptos que la conectan con generaciones posteriores y, especialmente, la que observa el planeta con la preocupación inherente al siglo XXI.
Las múltiples lecturas que ofrece El principito se traducen también en una maleabilidad del texto, que admite reinterpretaciones y adaptaciones. Como la reciente versión sobre las tablas de José Luis Gómez, que define como un espectáculo «a medio camino entre Beckett y Saint-Exupéry». La fascinación por El principito es tal que incluso hay quien se siente facultado a escribir su propia versión. Uno de los últimos ha sido el escritor argentino Alejandro Roemmers, quien presentó en octubre del 2011 en Galicia El regreso del joven príncipe. Roemmers se valió de la vinculación de Saint-Exupéry con la Patagonia, ya que fue uno de los primeros pilotos en abrir líneas en la zona, para fabular sobre un hipotético retorno austral del escritor francés y, de paso, darle un final «más esperanzador» a la historia de su pequeño príncipe.
Otros homenajes son más sutiles. Libros del Asteroide, uno de los sellos españoles actuales de catálogo más cuidado, toma su nombre, en parte, de El principito. Así lo explica el editor, el vigués Luis Solano: «No es tanto una reivindicación del valor literario de El principito cuanto un homenaje a un libro que fue importante en mi aprendizaje sentimental, que me ayudó a definir mi concepción del sentido de la vida; y que habla de unos valores (amistad y amor) que son también valores que buscamos en los libros que editamos. Yo creo que la buena literatura tiene siempre un componente moral, porque te enseña a mirar el mundo de otra manera, a entender mejor lo que te rodea, a verlo con otros ojos, y en ese sentido me parece que El principito es ejemplar (no se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos). Llamarnos así es, pues, una manera de decir que El principito forma parte de nuestro catálogo».
Y por si no bastase el hechizo del texto, están las acuarelas del propio Saint-Exupéry que ilustran la mayoría de las ediciones de la obra. Una de las excepciones ha corrido a cargo del dibujante gallego David Pintor, quien reinterpretó el personaje y su peculiar universo en una edición para primeros lectores por encargo de la editorial coreana Agaworld. Una demostración de que son los nuevos lectores, estén donde estén, los que rejuvenecen el personaje