«No quería estudiar moda, quería ser costurera»

Tamara Montero
Tamara Montero LA VOZ | REDACCIÓN

CULTURA

XOÁN A. SOLER

El bum de «El tiempo entre costuras» está presente en la vida de estas dos jóvenes, que han aprendido a hacer turbantes ante la demanda de los que habían visto en la tele. «Nos dicen que parece el taller de la serie», dicen

26 ene 2014 . Actualizado a las 13:16 h.

En su casa no había máquina de coser. Ni en su familia quien les enseñase a enhebrar una aguja y lanzarse a la costura. Ni siquiera habían ido en su infancia a la modista. Y sin embargo, hace un mes abrieron en Santiago (plaza do Toural, 9) su estudio de costura. Lúa y Zeltia Mosquera son las dos mitades, las cuatro manos que poco a poco van bordando en el mundo del diseño el nombre de Nicanora.

«Siempre fuimos muy delgadas y siempre nos quedaba todo fatal», dice Zeltia. Así que decidieron que lo mejor era calzarse el dedal y empezar a arreglarse ellas mismas la ropa como buenamente podían. Después, dieron el salto a hacer prendas para otros. «Fue vocación tardía. Yo estaba haciendo Psicoloxía y Lúa Filoloxía Galega y empezamos a vender por Tuenti. Yo hacía la ropa a mano, no tenía ni idea de patronaje, me encargaban una falda y yo la cosía a mano y hacía los patrones dibujando directamente en la tela. Pues tengo amigas a las que le hice las faldas y aún se las ponen».

Mientras Zeltia se lo tomaba como una afición, Lúa empezó a verle futuro al asunto. «A ella no le gustaba la carrera. Yo vi que iba bien y le veía el futuro a esto. Ella no quería estudiar moda ni diseño de moda, a ella le gustaba ser costurera, quería ser costurera como las de antes. Así que la apunté a la academia María Lariño de patronaje y diseño. Zeltia al principio no quería» pero fue cruzar la puerta, empezar a coser y descubrir un talento innato. «No es algo que te salga a fuerza de insistir, que puedes aprender a hacer algunas cosas. Hay que tener paciencia, ser supercuriosa, deshacer cien veces, tirar prendas a la basura para volverlas a hacer... Tienes que saber equivocarte». Pero Zeltia, al final, tuvo más aciertos que fallos. La cosa empezó a crecer como la espuma y se lanzaron a la venta por Internet de sus colecciones cápsula, «porque era el futuro». Quimbambas vio la luz y fue un éxito «pero la gente nos seguía pidiendo cosas a medida, quería seguir viniendo al taller, que lo teníamos en casa. Así que nos dimos cuenta de que el futuro no era Internet», dice Lúa. Zeltia continúa la argumentación: «La prenda física siempre tira más». Se puede ver la calidad de la tela, de los botones y de la confección, que de eso Nicanora tiene de sobra, y además probarse la pieza antes de llevársela. El triunfo era lo tradicional. «Ahora lo que progresa es lo de antes, así que nos dimos cuenta de que teníamos que montar el estudio» y «volver a la medida».

Valorar la ropa

El número de clientes crece, mujeres y hombres. No solo los que la conocen se acercan al estudio. También gente que está dando un paseo por el casco histórico compostelano y sube para saber qué se cuece en el universo Nicanora. Y el boca a boca funciona, y mucho. La filosofía está clara: valorar las prendas, que tengan una vida larga, que sean también protagonistas de los días especiales de la vida de una persona. «No dejamos que nadie se vaya sin estar contento».

Lo que funciona también es la explosión retro de El tiempo entre costuras. Si hasta hace poco la gente tendía a recuperar la esencia ochentera, desde que Sira Quiroga apareció en pantalla, la gente ha regresado a los años 50 y 60 y demandan cada vez más las prendas que han visto en la serie, pero también el ritual que supone hacerse ropa a medida. Así que Nicanora se ha puesto manos a la obra y ha aprendido a confeccionar turbantes, pero les piden también vestidos inspirados en los de la serie y hasta repiten al cruzar el umbral «esto parece el taller de El tiempo entre costuras» o cuando les están tomando las medidas «esto me recuerda a El tiempo entre costuras». Son costureras y también solidarias. Hoy, de 17 a 22 horas, tienen un mercadillo para Cruz Roja que lleva por nombre un verso de Alberti: «Soy el primer color de la mañana».