El periodista Ignacio Juliá revisa la trayectoria del grupo neoyorkino en el libro «Estragos de una juventud sónica»
21 feb 2014 . Actualizado a las 20:54 h.«Si realmente quieres saber cuál es el sonido de 1987 sal a la calle y tírate bajo las ruedas de un camión. O zambúllete en el nuevo disco de Sonic Youth». Con esta vehemencia presentaba Ignacio Juliá (Barcelona, 1956) a Sonic Youth en España. Se refería en tiempo real a Sister (1987), desde las páginas de Ruta 66. Poco después, conocería al grupo en persona, justo antes de la edición de Daydream Nation (1988), obra fundamental del rock alternativo. De hecho, en Estragos de una juventud sónica relata el día en el que se tumbó en la habitación del hotel y escuchó en un walkman esas canciones, entonces inéditas. Al lector se le pone la carne de gallina. «Imagínate, pongo aquello y lo primero que me encuentro en Teenage Riot», recuerda hoy Juliá consciente de la trascendencia del disco.
Entre aquella pasión de fan y el posterior encuentro periodístico se estableció un nexo que permitió diluir ambas posturas hasta día de hoy. Ello ha convertido al autor en un testigo privilegiado de la evolución de una célula de rock enrarecido que, a la larga, se reveló definitiva. «Eran mi Velvet Underground, un grupo que no temía al ruido y que tenía múltiples conexiones con el mundo del arte», sintetiza. «Podía haberme equivocado pero cuando los conocí personalmente en 1988 sentí que sí, que tenía ante mí a una banda que iba a marcar el futuro», añade antes de reforzar y justificar su devota postura en primera persona: «Escribir un libro como este o el que hice de la Velvet Underground es un trabajo que si, no te lo planteas como fan, es muy complicado hacerlo».
El volumen, repleto de líneas memorables que llevan al sujeto + verbo + predicado el oscuro pero volcánico sonido del cuarteto neoyorkino, parte de la importancia de cada uno de los integrantes. A capítulo por barba y dispuestos por cronológico orden de nacimiento, Juliá deja entrever la realidad: la banda respondía a un perfecto engranaje de talentos diferentes pero complementarios. Analiza la personalidad de Kim Gordon (bajista), Thurston Moore (guitarra), Lee Ranaldo (guitarrista) y Steve Selley ( batería), escarba en sus influencias, perfila su papel en el todo y, de fondo, pinta cómo era el paisaje de esa escena alternativa americana que Sonic Youth construyeron.
«Más que un grupo»
Asentado el edificio, Estragos de una juventud sónica, surca los meandros de una trayectoria que Juliá eleva a una categoría superlativa. «Son mucho más que un grupo de rock, son una institución de vanguardia ha conectado el rock con todos esos ámbitos artísticos», sentencia. Además del mito de Daydream Nation, el volumen se explaya en el salto a la multinacional Geffen. Ahí se coloca, hábilmente, frente a frente su postura y la de Steve Albini, guardián de la pureza indie en su lado más extremo.
También analiza el golpe de timón con Experimental Jet Set, Trash and No Star (1994) y toda esa discografía posterior que ya nunca rivalizaría por el mejor disco del año. El libro incita a redescubrirla. Todo hasta llegar a The Eternal (2009), glorioso canto del cisne de una grupo hecho trizas por las infidelidades de Thurston Moore a su mujer, Kim Gordon. «En ese disco ya hay temas que hablan de la otra», advierte Juliá entre risas. Ahora serán Sonic Youth quienes digan si habrá necesidad que seguir escribiendo, o si este volumen cierra totalmente su trayectoria.