Frío biopic del pintor inglés Turner

José Luis Losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

Mike Leigh aspira con un filme fallido a su segunda Palma de Oro

16 may 2014 . Actualizado a las 02:14 h.

Abrió la competición un director que ya sabe lo que es ganar la Palma de Oro. El británico Mike Leigh alcanzó la cima en 1996 con Secretos y mentiras (también seis nominaciones al Óscar). De aquel filme mantiene Leigh en Mr. Turner a su actor primordial, Timothy Spall, que da rostro al celebérrimo pintor inglés, en un biopic que muestra la desolación vital de un artista conocido por su misantropía y sus incapacidades afectivas. Leigh brinda una obra virtuosa en la plasmación de la luz, la estética y el color de una puesta en escena que transforma la pantalla en prodigiosa asimilación de la paleta del pintor. Pero al nivel de ese logro hay que situar el fracaso en la transmisión de los sentimientos del personaje, ese dolor insondable, la frustración existencial que debió de arañar su vida de soledades y vacío emocional. Casi nada de esa desesperación radical, que tendría que nuclear la película, se respira en sus más de dos horas y media. El latido dramático de Turner es anémico. Echo de menos una necesaria entrada en shock con el personaje, el pintor de vida colapsada por la depresión. Pero el registro de Spall (apabullante en filmes de Leigh como Todo o nada) es también intencionadamente apagado. Como si la luz turneriana que resplandece en los escenarios naturales e interiores de la película se fundiese a negro a la hora de desnudarnos la tragedia de un hombre deshabitado. Turner me causa insoportable fatiga, por su frío academicismo y su falta de empatía.

«Timbuktu», poesía y sangre

Abderramahne Sissako ofrece en su muy bella y desgarradora Timbuktu el relato de laminación de vidas y libertades que se produce en la ciudad de Malí a manos del integrismo islámico y tuareg del Frente Nacional de Liberación del Azawad.

Sissako, autor mauritano reconocido por Bamako (2006), otra denuncia de la explotación secular sufrida por África, obvia en Timbuktu el distanciamiento o la representación, y opta por una narrativa más directa. La ciudad de barro, asolada por los integristas bereberes que imponen su dictadura del miedo sobre la población negra.

Estremece el modo en que conjuga en un mismo plano la violencia y la muerte. Y marca a fuego la retina una gozosa secuencia: unos niños, a los que han prohibido jugar al fútbol, celebran un partido con un balón imaginario. Y sus movimientos sincopados en torno al campo de tierra, con esa pelota invisible, devienen poderosa, emotiva y movilizadora danza de la libertad.