YA NADIE habla de estas cosas, porque estamos entretenidos en la tensión y la teología políticas. El peor diagnóstico de este país es que una frase, un movimiento o una especulación de cualquier dirigente de tercera importan más que las cuestiones que afectan a la vida del ciudadano. Hoy, por ejemplo, sólo algún extraño comentarista como el arriba firmante se fijará en un informe de la Sociedad Española de Oncología Médica que denuncia lo siguiente: que no es igual el tratamiento del cáncer en Lugo que en Tarragona; que las terapias no van por barrios, pero sí por autonomías, y que sólo Cataluña, Madrid y Valencia proporcionan los fármacos más avanzados a los enfermos. Son las autonomías ricas, y hasta en la enfermedad se diferencian. Si esas tres comunidades privilegiadas estuviesen debatiendo si se llaman nación -Cataluña ya lo hizo-, tendríamos discusiones apasionadas y hasta virulentas. Es probable que el Partido Popular volviera a sacar sus mesas petitorias a la calle en busca de firmas de protesta. Los columnistas escribiríamos artículos incendiarios. Pero como es un tema de salud, ¿para qué consumir energías? Pues miren ustedes: el sistema autonómico es tremendamente eficaz para casi todo; pero fracasará u obligará a su revisión si se da alguna de estas dos circunstancias: resulta excesivamente gravoso para el bolsillo de los contribuyentes, o crea desigualdades intolerables entre regiones. Esto último empieza a ocurrir. Estamos viendo que hay diecisiete modelos educativos que ya empiezan a hacer difícil la movilidad laboral entre comunidades. Llegaremos a ver una administración de Justicia diferente según la región. Ya hay comunidades con control sobre el agua en perjuicio de terceros, si el Tribunal Constitucional no dice lo contrario. En la práctica del gobierno y la distribución de fondos públicos, hay privilegios ostensibles, según la capacidad de presión o el vivero de votos de la región. Y hay, por supuesto, regiones ricas y regiones pobres. Todo eso ha sido asumido, con mayor o menor disgusto de los ciudadanos. ¿Pero ahora nos van a decir que también hay enfermos de primera o de segunda? ¿Ahora va a resultar que es más probable que muera de cáncer un ciudadano de Galicia o Castilla y León que otro de Madrid, Cataluña o Valencia? Pues eso parece. Eso denuncia la Sociedad de Oncología, desde su experiencia médica en toda España. Pues sépase que eso no es la «España plural» que tanto invocan los políticos. Eso no es la singularidad de cada territorio. Eso no es diferencia cultural o de identidad histórica. Eso es consagrar la desigualdad, como si no viviéramos bajo el techo del mismo Estado. Eso es lo que más niega la unidad nacional.