Cientos de miles, la parte más consciente de la ciudadanía que se siente atacada en sus derechos (más allá del ámbito laboral) recogidos en normas de convivencia que hasta ahora parecían inquebrantables (de la Constitución a la Declaración de los Derechos Humanos) recorrió ayer las calles del país sin la algarabía que acompañó a anteriores protestas, pese a las fechas, pese a la tregua del frío. Ni charangas ni pancartas con lemas ingeniosos. Silencio y serenidad. Contención en las arengas. Un clamor sordo; porque, se sabe, la batalla será larga. Los sindicatos tienen la enorme responsabilidad de guiar esta vez la respuesta de los trabajadores, de la clase media, de pequeños propietarios, parados, jóvenes sin futuro y pensionistas. Está en juego mucho más que su supervivencia como única y real oposición, aunque hoy por hoy siguen siendo imprescindibles.