Hurtarse unos días al tableteo de las noticias tiene la ventaja de volver con ojos frescos, sin legañas de acostumbramiento ni cataratas de prejuicio, pero te asustas: que si una mujer dejaba comida con alfileres por recomendación de un hechicero televisivo para reconquistar un antiguo amor, aunque solo consiguió atragantar algunos perros; que según todos los indicadores andamos en los peores índices de pobreza de Europa; que los crímenes de las páginas de sucesos aumentan en número y salvajismo o que seguimos batiendo récords de guerras y conflictos violentos.
En medio de esas tinieblas, leí que los tres grandes periódicos estadounidenses se prendaron este año del Miércoles de Ceniza hasta el punto de coincidir en ilustrarlo con fotos o incluso galerías de imágenes que mostraban fieles con esa marca tan característica en la frente. Pero más me sorprendió el editorial que ese día publicó The Guardian: una pieza breve y sabia, titulada precisamente «Miércoles de ceniza», en la que se ocupaba del sentido de la muerte en la cultura actual. Dice que si hoy nos preguntaran cómo queremos morir, probablemente la respuesta más común sería: rápido, sin dolor y, a ser posible, mientras dormimos. Algo en contradicción directa con nuestra cultura secular cuyo principal miedo consistía en morir desprevenido, sin preparación. Solo el cine de autor y la Iglesia católica, dice, nos recuerdan ya que no se puede entender el sentido de la vida sin preguntarse por la muerte.
«Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás»: en las palabras del Génesis con las que se impone la ceniza se aparean humildad y verdad, claves las dos para evitar la desesperación.
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