I sabel es una de esas ancianas que guardan tesoros en la memoria, una de las muchas que me ayudan a recopilar datos sobre la flora medicinal de Galicia, algo que me apasiona. Cuando hablo con ella, al tiempo que me enseña cómo ha aprendido de su madre a usar lo que le rodea para aliviar dolencias y curar enfermedades, me cuenta historias de su pasado, recuerdos de una vida de esfuerzo y supervivencia. Isabel es una de las mejores enciclopedias que he encontrado. A pesar de sus 91 años puede acompañarte a un prado y señalar el mejor momento para recolectar cada semilla, cada raíz curativa. Los nombres de las plantas adquieren en su voz una sonoridad que cura: auga de herba limoeira, tantaxe, sarxa, herba de Santa María? Habla un gallego reposado, enriquecido por el paso de generaciones adaptando el léxico a la naturaleza. Las suyas son palabras ancianas de lluvia, dolores y olores. Con ella no hablo el gallego académico, me adapto al suyo. Cuando quiere ponerse aún más guapa no va a la perrucaría, no le llama estrada a la carretera ni a la acera beirarrúa y nunca te dará las grazas, pero su geada es suave como la brisa en verano junto al Caselas, el río que la vio nacer, y tiene en el armario de su garganta una colección de vocales imposibles de aprender en un aula si no se aprendieron antes en la cuna. A ella y a todas las demás siempre les digo que hablan un gallego precioso y ellas siempre me responden lo mismo: «Eu non o sei falar».
Hace poco leí el informe de una filóloga de Termigal, un organismo de la RAG que crea, o recrea léxico en gallego para los libros de texto y para los nuevos diccionarios que serán consultados por los profesores o por los periodistas de la TVG. Me sorprendió la frialdad con la que hablaba de «lanzar» términos nuevos, de que algunos «no cuajaban», o de las ventajas y desventajas de importarlos del portugués. Es necesario establecer un gallego estándar y adaptar una lengua que no se usó durante siglos en la vida administrativa y científica a esos ámbitos, pero creo que beneficiaría su conservación el no alejarlo de los usos reales. Y no es sensato justificar ese distanciamiento argumentando que las personas como Isabel no hablan un gallego culto. Una conocida sindicalista decía en su blog que sus padres hablaban un gallego deturpado, una lengua «acastrapada» y me parece que esos términos peyorativos están calando de alguna manera en muchos hablantes que han heredado el gallego de sus padres. Llega a ellos a través del nieto que vuelve del instituto y del presentador del Telexornal. No pretendo sentar cátedra, pero creo que somos bastantes a quienes nos gustaría que esto lo tuvieran en cuenta quienes deciden cómo es el gallego que tenemos que hablar. Yo lo digo en voz alta del mismo modo que afirmo que su imposición no ayudará a que lo conservemos.