Yo siempre he temido que esto pudiera suceder, pues conociendo lo que pasa en Galicia con su bosque, hace muchos años que el fuego no había arrasado estos lugares tan especiales y tan extraordinarios del Eume. Desde hace más de un decenio, todos los veranos un grupo de amigos hacemos la ruta a pie desde el río hasta Caaveiro y una de nuestras preocupaciones y comentarios habituales era el temor a que un acontecimiento como este se pudiera llegar a producir, destruyendo cientos de especies naturales y autóctonas de la zona.
¿Cómo prevenirlo? Difícilmente en una zona tan grande, boscosa e impenetrable, pero confiábamos en que un bosque sagrado como este estuviera protegido por los dioses mitológicos y por los cristianos. Parece ser que no ha sido así y quienes ya tenemos años probablemente no lo volveremos a ver tan frondoso y exuberante como tantas otras veces lo contemplamos.
A mí las fragas del Eume me inspiraron uno de mis mejores y favoritos libros de poemas, el que lleva por título Eume. En él me imaginaba este lugar y este río pequeño y al margen de la historia, en competencia y diálogo con los más grandes y famosos del mundo: el Sena, el Tíber, el Támesis y el gran río de Nueva York.
En mi libro no imaginé nunca un incendio como este, a pesar de que el fuego es uno de los más antiguos leitmotiv de la literatura. Pero yo lo rechacé precisamente porque pensaba que las fragas estaban a salvo de las llamas de Troya. Desgraciadamente, no ha sido así. Y al arder estos árboles, arde también nuestra memoria, nuestra imaginación, nuestra historia.
Esperemos que haya ardido por sí mismo y que no haya habido una mano humana por el medio.