Elefante blanco

OPINIÓN

15 abr 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Las cosas no pueden ir peor en la Zarzuela. Parece como si el rey hubiese desarrollado en estos años una simbiosis perfecta con el país que le ha tocado gracias a esa excepción democrática que es la monarquía; cuanto más bestial es la tormenta ahí fuera, más sofisticada es la crisis en palacio. Existe un paralelismo sorprendente entre las pulsiones de la prima de riesgo y el devenir de los Borbones. Con cada apretón que sufre la deuda soberana, un miembro de la familia real abre el periódico. Ni los niños se salvan de esta maldición. El último gran acoso de los mercados envió a Froilán al hospital. Y a su padre, a un juzgado. El encefalograma de la crisis tiene su propia consideración real. Si alguien dudaba de la legitimidad de la institución debería disolver sus reparos ante la gráfica brutal de esta otra crisis íntima que empieza a transmitir una idea definitiva de fin de ciclo en el entorno de Juan Carlos I. No hay mayor evidencia de que estos Borbones sienten España. En sus carnes. Ni siquiera una cacería en Botsuana, en donde aplacan con elefantes las pulsiones cinegéticas del Gotha, ha suspendido la condena. Y no es superchería. Fijémonos en el alboroto de los mercados esta semana, en la falange agujereada de Froilán, y pongámonos a temblar porque la cadera rota del monarca anticipa un lunes feroz. Quizás definitivamente feroz. El simbolismo supremo de todo lo que en los últimos tiempos le sucede a la familia real lo completan, además, los elefantes. Y más sin son blancos. La metáfora se usó el 23-F para resumir una empresa mastodóntica a la que cuesta infinito poner en marcha pero que es imparable cuando al fin arranca. Vaya, vaya, como la crisis.