Réquiem por la Universidad

EDUCACIÓN

16 abr 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

E l ministro Wert, que va de yuppie, debe estar enterado de que «cuando alguien no sabe qué hacer, o tiene miedo a lo que hay que hacer, crea una comisión». Y por eso resulta tan extraño que nos haya sorprendido con una comisión de sabios -donde ni son todos los que están ni están todos los que son- encargada de reformar la Universidad española. Porque si algo le sobra a la Universidad son sabios que no supieron gobernar su propia institución, que han mantenido un caciquismo en la gestión del personal que es una verdadera desgracia, y que, buscando reforzar sus ridículas taifas, han contribuido a dispersar las universidades de manera disparatada.

Todos los sabios que integran esta comisión han convivido a gusto con este caos, sin que se les conozca una significada militancia contra el asamblearismo, la sindicalización, la expansión y el enchufismo que llevó el sistema universitario a donde está. Y todos han consentido con esta extraña sacralización de dos conceptos -la investigación y la excelencia- que, utilizados de forma indiscriminada, y mezclando churras con merinas, han servido para colar gazapos mayores que el elefante que cazó el rey.

Pero mi estupor se agiganta al ver que quien dirige esta operación de enredo y maquillaje es un liberal. Porque, después de haber oído tantas veces que los liberales tienen recetas para todo, basadas en la competitividad y en la autoridad, el ministro Wert actúa como si estuviese en el Gobierno Zapatero, haciendo comisiones, dejando que los causantes y protagonistas del problema se pongan ahora a pontificar sobre la desfeita, y evitando aplicar a la Universidad los principios generales que dominan el nuevo tiempo en Europa.

Lo que necesita la Universidad pública española es una receta bastante parecida a la que a todo se aplica: un plazo inexcusable para cuadrar los presupuestos con déficit cero; un recordatorio de que el equilibrio se logra ajustando personal, vendiendo inmuebles, evitando duplicidades, fusionando universidades, evitando dar clases a las paredes, poniéndole coto al gran timo de los másteres, revisando con rigor a qué le llamamos investigación y adónde van a dar sus resultados, y ajustando los precios de los servicios que prestan. Solo después de eso, que cabe imponer por decreto, se puede dejar que los sabios elucubren sobre el nuevo horizonte de la educación superior.

Porque si también esta vez repetimos el caos del plan Bolonia, me temo que vamos a acabar donde siempre, llenando la boca con palabras como excelencia y movilidad, haciendo investigación sobre el género, manteniendo ocho vicerrectores por cada rector, y dejando que cada cual campe a sus anchas por un espacio que, a pesar de no costar mucho, cuesta mucho más de lo que rinde. Porque del pozo en que estamos ya no se puede salir con paños calientes.