Más allá de sus aspectos sistémicos, que compartimos con otros países, lo específico de la crisis española es la coincidencia de muchos desajustes en un mismo momento histórico, cuya consecuencia es la falta de aquel punto de apoyo que buscaba Arquímedes para mover el mundo. Las empresas no pueden sostener el trabajo porque atraviesan crisis estructurales y financieras. Los ciudadanos no pueden pagar impuestos porque no tienen trabajo, ni reciben créditos, y están atiborrados de deudas. La banca no puede dar crédito porque está llena de basura financiera que tiene que provisionar con sus operaciones ordinarias y sus beneficios. El Estado no se puede financiar en los mercados sin pagar intereses insostenibles. Y así podríamos seguir hasta ver cómo el círculo de la crisis se cierra sobre sí mismo.
Pero la situación no es imposible por tres motivos fundamentales: porque somos un país gobernable; porque somos un país con cultura empresarial y económica avanzada; y porque formamos parte de un bloque plurinacional que tiene recursos para ayudarnos y pautas rigurosas para que esa ayuda no se pierda por los sumideros. Por eso, dando por supuesto que las reestructuraciones empresariales y laborales están asentadas, y que las familias han reaccionado rápidamente ante la gravedad de la situación, conviene prestar especial atención al flanco de la gobernabilidad, que es, hoy por hoy, nuestro mejor capital y la conditio sine qua non de cualquier proyecto de futuro.
Y no hace falta ser un lince para saber que en la persona de Rajoy se concentran hoy dos valores de excepcional importancia, cuya apreciación es independiente del juicio que nos merezca como gobernante. Porque Rajoy es a corto y medio plazo la pieza imprescindible de una mayoría legítima que, si por una parte recoge la dramática herencia de una crisis mal gestionada, también representa la alternativa real a un discurso que acabamos de dar por fracasado. Y porque el PP también se ha convertido en la única garantía que tenemos de un orden social y económico que, en conexión con el modelo europeo, puede ofrecernos una salida muy difícil pero no traumática.
Ello no obstante, parece evidente que tanto el discurso sindical -irresponsable y demagógico- como buena parte del discurso de la oposición están orientados a destruir una legitimidad que no tiene alternativa inmediata, y a abocarnos a un caos multipartito, con no pocas derivas callejeras, que en modo alguno describen un horizonte claro y realista. Y en este sentido Rajoy es imprescindible. Más adelante, si todo va bien, habrá alternativas, y podremos juzgarlo con libre criterio. Pero ese juego no toca ahora, cuando muchos tienen la tentación de ir hacia la salvación por el caos. Porque ambos conceptos son antitéticos, y solo sueldan en medio de las catástrofes.