L a revista de viajes de la National Geographic publica en uno de sus últimos números un reportaje en el que reúne cuatro escenarios naturales que muestran la diversidad paisajística de España. Entre ellos incluye la Devesa de A Rogueira, en O Courel (Lugo), a la que sitúa como uno de los mejores bosques de la península ibérica, destacando su carácter de reserva botánica. Recientemente, también, un diario nacional selecciona en sus páginas nueve espacios naturales, y, de nuevo, entre ellos está el bosque lucense.
Si algo sorprende en la selección de espacios, además de la belleza de los parajes elegidos, es que los escenarios incluidos en ambos reportajes están situados en territorios que gozan de figuras de protección efectiva, básicamente parques naturales, o son considerados reservas naturales. Solo, y he aquí el objeto de mi desazón, la Devesa de A Rogueira permanece esperando su protección; es el bosque olvidado.
El bosque de A Rogueira es importante por su extraordinaria riqueza botánica. En él viven numerosas especies arbóreas y un buen número de plantas herbáceas únicas en Galicia; hayas, serbales, acebos o tejos se reparten a lo largo del bosque respondiendo a los cambios en el suelo, la orientación o la altitud. Es un mosaico de gran belleza paisajística, de riqueza biológica extraordinaria, y un recurso turístico importante para una comarca deprimida.
Si este fuera un país normal, a cualquier responsable de la conservación de la naturaleza se le caería la cara de vergüenza ante los reportajes y no tardaría un día en poner en marcha los mecanismos para su declaración como espacio protegido. A otro nivel, cualquier representante del poder local, con un mínimo de formación o sensibilidad, haría de la exigencia de su protección una auténtica batalla; lamentablemente, todos siguen sin ruborizarse. Resulta patético que sean publicaciones, o expertos de fuera de Galicia, quienes nos subrayan el valor de nuestro patrimonio natural, mientras los responsables de su conservación lo ignoran. Resulta trágico que científicos pagados elaboren informes inútiles sobre lo bien que van las cosas sin mencionar la política forestal tercermundista que allí se lleva a cabo. La pasada semana he visto nuevos destrozos para plantar pinos en la sierra que sin duda supondrán un gran beneficio ambiental en alguna cuenta corriente. Lamentablemente, no es difícil predecir qué ocurrirá con nuestros bosques en sus manos; basta con acudir a un párrafo de El bosque animado para ver el futuro: «El castaño dejó secar sus hojas porque se avergonzaba de ser tan frondoso; distintos árboles consintieron en morir para comenzar a ser serios y útiles, y todo el bosque, grave y entristecido, parecía enfermo». Fernández Flórez solo se olvidó de decir ¡País!