Contra la flagelación innecesaria

OPINIÓN

26 ene 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Entre las derivas más perniciosas que genera la crisis hay que tener muy presente la epidemia de autoodio que los españoles estamos padeciendo, y cuyas manifestaciones empiezan siempre por la frase «este país». «Este país» es un asco, es de opereta, está lleno de corruptos y ladrones, tiene los peores políticos del mundo, gasta en lo que no debe y recorta donde más daño nos hace. «Este país» está lleno de malas universidades y escuelas, de obispos trogloditas, de jueces franquistas y de banqueros especuladores y defraudadores. La gente de «este país» defrauda a Hacienda, elude el IVA, trampea con el paro y malvive de subvenciones. «Este país» tiene demasiados políticos a los que les paga demasiado, para que gobiernen demasiadas instituciones. «Este país» les llama empresarios a los explotadores que disfrutan con los despidos y los pelotazos, y tiene por sindicalistas a burócratas liantes que no quieren trabajar. Y todo sería una podredumbre si no fuese por la Roja, por Fernando Alonso, por las tertulias de la radio -que siempre fustigan a «este país»-, y por los parados, los que fracasan en la escuela y en los negocios, los desahuciados y los que rompen su matrimonio de manera más prematura, que constituyen la única reserva de valores, esfuerzo, valentía y honradez que nos queda.

A veces olvidamos que Bush era titulado por Harvard, que varios ministros alemanes copiaron su tesis doctoral, que un hijo de Gadafi logró su doctorado en la London School of Economics por la módica donación de 300.000 euros. Tampoco recordamos que Italia está dominada por la Mafia; que el paraíso de las fortunas negras es Suiza; que los negocios especulativos -algunos de la peor calaña- sostienen la City londinense; que Francia e Inglaterra mezclan peligrosamente la guerra con los negocios, y que Alemania necesitará varios siglos para dejar atrás la inmoralidad y el dolor que extendió por el mundo. De Rusia y de China es mejor ni hablar, y de Estados Unidos conviene, cuando menos, no hacer idealizaciones. Y por eso creo que, aunque no es malo ser autocríticos, no tiene sentido esta dura autoflagelación que nos estamos propinando, no solo como país -uno de los más interesantes, cultos y ricos del mundo-, sino también como ciudadanos, miembros de una de las sociedades más sanas, en términos físicos y morales, de la Tierra.

Como ya decían los estoicos, in medio est virtus. Y el hecho de pasarnos en la autocrítica empieza a sonar a un indecente suicidio colectivo que carece de racionalidad y sentido. En medio de la crisis y el desastre innegables, España sigue siendo un gran país y un gran pueblo. Y si no vemos dentro los ejemplos e incentivos que nos ayuden a salir de esta, tampoco los vamos a encontrar fuera. Porque, como decía san Agustín, la verdad siempre habita dentro.