La Real Academia Galega, inmersa desde hace semanas en una gresca tan virulenta como grotesca e incomprensible para la inmensa mayoría de quienes la contemplan, acaba de pedir al Tribunal Supremo que anule el decreto de plurilingüismo, norma cuyo objetivo primordial es asegurar algo elemental: que nuestros niños se eduquen en las dos lenguas que se hablan en Galicia.
Dudo mucho que la función de la RAG sea entrar en una batalla política que tiene protagonistas mucho más legitimados para darla. Y dudo, por lo mismo, que meterse en ella vaya a contribuir a asentar ante la sociedad gallega el prestigio de una institución que sale hecha unos zorros de su actual querella de familias.
Sea como fuere, el ya dimitido presidente de la RAG argumenta en defensa del recurso que «o idioma vale máis que o pórtico da Gloria» y yo no puedo estar más de acuerdo con él en tal afirmación. Sé cuál es el valor del gallego porque, junto con el castellano, lo hablo desde niño: el primero era el idioma de la familia de mi padre (un cuntiense hijo de Miritas do café), mientras el segundo es el de mi madre (una placentina descendiente de judíos de Hervás) y los suyos. Pero conozco, además, el valor del gallego, por mi trato cotidiano con cientos de gallegohablantes y por la lectura de una literatura que frecuento desde joven.
Por tanto, el argumento del presidente de la RAG estaría justificado, como el recurso mismo, si el decreto cuya anulación se solicita expulsase al gallego de nuestro sistema de enseñanza. Muy lejos de ello, lo que el decreto del plurilingüismo trata de asegurar es que tanto el gallego como el castellano estén presentes en la enseñanza primaria y secundaria, frente a una regulación anterior que expulsaba de aquel sistema al castellano.
¿O es que hay alguna razón -lingüística, sociológica, política o moral- para afirmar que uno de los dos idiomas que se hablan en Galicia vale más que el otro? ¿Merecen más protección y más respeto a su lengua los gallegohablantes de Galicia que los castellanohablantes? ¿Es que acaso son unos más gallegos que los otros? ¿Son diferentes sus derechos o valen más o menos sus impuestos?
La respuesta a esas preguntas es la misma: el gallego y el castellano son, hoy en día, un patrimonio común de los gallegos, que hablan una u otra lengua cuando no las dos en grado diferente. Por eso afirmar que uno de ellas vale lo que el pórtico de la Gloria y la otra tan poco como para desaparecer del sistema de enseñanza (eso y no otra cosa es la inmersión que defienden los nacionalistas) constituye un acto de sectarismo que no se sostiene en la situación sociolingüística de la Galicia realmente existente sino en la que imaginan los que quisieran que el castellano, al que consideran aquí una anomalía, desapareciera del país.