Parece que en altos despachos del Ministerio de Hacienda y de alguno de los grandes bancos empiezan a atisbar el fin de la crisis. Ya se sabe que desde las alturas se ve más que desde abajo. Y que los despachos importantes cuentan con gruesas moquetas, gruesas cortinas y gruesas ventanas que amortiguan los gritos de los manifestantes y toda clase de ruidos desagradables.
Porque a ras de la calle solo se ven las colas del paro ligeramente aliviadas por contratos de verano, las crecientes hileras ante los bancos de alimentos o ante las taquillas en las que se expenden los billetes para Suiza o Alemania; y se oyen los gritos de los ferrolanos cansados de esperar, de los preferentistas estafados y de tantos trabajadores cuyas empresas cierran.
Ojalá acierten esta vez y no se trate solo de que desde las plantas altas se ve un paisaje tan extenso que la emigración se convierte en movilidad exterior o en puro y libre movimiento de trabajadores sin fronteras.
Ojalá tengan algo de razón y no sea un mero intento de desviar las miradas de las corrupciones estridentes y de los agujeros bancarios tapados con dinero público.
Ojalá haya más brotes verdes que una menor subida de precios, que se notará poco en tantos hogares sin ingresos y, en general, en un país en el que, según un reciente informe del Consejo Económico y Social, los recursos económicos de los ciudadanos han bajado más que en el resto de la UE, en el que ha crecido también mucho más la desigualdad y la pobreza aumenta de forma alarmante especialmente entre los más jóvenes.
Ojalá alguna vez acierten. Porque la paciencia de los ciudadanos no es infinita.