Dinero, ilusiones y rectores

José Carlos Bermejo Barrera FIRMA INVITADA

OPINIÓN

26 ago 2013 . Actualizado a las 15:27 h.

Decía Kant que decir la verdad consiste no en decirlo todo, pero sí en que todo lo que ofrezcamos como verdadero lo sea. Si todos debemos ser veraces, mucho más lo han de ser quienes son custodios de los bienes públicos y han de perseguir el bien común. Este es el caso de los funcionarios y de quienes gobiernan las instituciones estatales. Defender una institución no es ocultar sus defectos, ni mucho menos construir una falsa imagen de ella ante la opinión pública, que a su vez sirva como halago para quienes son sus responsables, sino alertar de los peligros que corre y sobre todo anteponer el interés común al de las personas que forman parte de ella. Todo lo contrario de esto es lo que llevan años haciendo los rectores de las universidades públicas, incansables ensalzadores de sus instituciones y hábiles tejedores de un muro de noche y niebla en torno a ellas que hace invisibles sus defectos a la opinión pública. Todo para no cejar en sus peticiones de más dinero público y más plantillas en tiempos de crisis global.

Dicen los rectores que sus universidades son pobres, escasas en medios humanos, que en ellas nada sobra y casi todo falta, que no piensan más que en el bien común y que sin ellos no hay futuro. Y que todo lo que se les dé lo devolverán con creces, pues sus gastos son una inversión, lo que buscan es el conocimiento y la innovación, muriendo la ciencia y el saber a la par de su imaginaria agonía en el momento en que les toque recortar sus gastos en personal e investigación o en procedimientos superfluos de gestión, ya que la pérdida de medios docentes comunes, de residencias o infraestructuras para estudiantes, y sobre todo el futuro de sus estudiantes, no es objeto de su preocupación, pues les auguran un feliz destino en su imaginario mundo, pero solo si pudiesen emplearlos en su propia universidad.

Dicen los rectores que las universidades son formidables máquinas productoras de artículos y patentes y que eso garantiza el futuro, y que si se baja la producción se mata el futuro y avecina la catástrofe, pero no explican por qué la realidad es lo contrario de lo que dicen. Llaman papers a trabajos publicados en revistas internacionales que cualquier experto puede leer si paga la suscripción. Un paper suele estar en inglés, la nacionalidad de los autores -casi siempre son colectivos- es indiferente y sus resultados -cuando los hay, que es casi nunca- pueden ser aplicados a la industria por cualquier científico. Se publican en el mundo más de 3.000.000 de papers al año. Solo un depósito de trabajos de física, arXiv.org, recibe más de 100 diarios. Todos ellos se entregan gratis, o se paga por publicarlos y a su vez se pagan suscripciones de revistas, que pueden costar más de 10.000 dólares, a tres editoriales que monopolizan el mercado y que han conseguido hacer creer a los científicos que lo que no tenga su sello no deben valorarlo. España, formidable creadora de riqueza en papers, tras multiplicar por cuatro la inversión en investigación, subió del 2,02 % al 2,65 % su porcentaje de publicación entre 1996 y el 2008, año de inicio de la crisis mundial, de acuerdo con el informe de indicadores académicos que los rectores utilizan, pasando de 22.688 a 48.231. Ellos mismos calculan que el coste de cada paper en dinero público ha pasado de ser de 86.200 euros en 1996 a 128.200 en el 2007, debido al incremento de las plantillas de investigadores (p. 63). Sus desamparadas instituciones ingresaron en el 2008 10.140.022.420,54 euros del Estado, gastando en personal el 58,86 % de su presupuesto, e ingresando por investigación a mayores solo 1.465.851.654,18 euros.

Los profesores universitarios españoles en el año 2008 sumaban 105.034 personas y el personal de administración y servicios 55.774, con la mejor ratio profesor/alumno de Europa. (9/100 en España; 6/100 Europa). Por lo que se refiere al mítico componente del PIB en esa investigación que nos salvará la vida, tenemos que el que corresponde a las universidades en la OCDE es el 0,39 % del PIB, en la UE el 0,40 % y en España el 0,33 %. Pero en USA es solo el 0,27 % y en Alemania y Francia el 0,40 %. Pero claro, a ello habría que añadirle el procedente del mundo empresarial: en los USA otro 2,38 %, el 2,12 % en Alemania, y el más alto del mundo el que corresponde a Japón con el 3,39 % del total del PIB.

¿Por qué los rectores solo piden dinero para investigar y más plazas de profesor y no para los servicios comunes y para garantizar el futuro de sus alumnos? ¿Es que solo crean empleo aumentando su propia plantilla? ¿Por qué se niegan a coordinar sus universidades y trasladar profesores entre ellas, cuando predican la movilidad de sus alumnos? ¿De qué valen papers a un precio medio de 128.210 euros de 2008 entregados gratis a macroeditoriales y que cualquiera puede rentabilizar, si no es para que los profesores acumulen méritos por cantidad de publicaciones haciendo el juego a los editores? ¿De qué sirven miles de patentes si ninguna empresa las aplica? ¿Debe ocultarse esto? ¿Si un profesor lo denuncia es un traidor o un resentido? No es mi caso. En esos procedimientos absurdos que son la base del prestigio ocupo el cuarto lugar en mi campo en España, el primero de mi facultad, y comparto con otros 4 de mi universidad el nivel del 1 al 5. No sirve para nada. El sistema es malo no porque me perjudique a mí, sino porque ha conseguido desde dentro acabar con la universidad pública orientándola a la investigación sin sentido.