¿Por qué la valoración de nuestros partidos y políticos está entre ¡70 y 80 puntos! por debajo de la de las instituciones o grupos más apreciados del país? ¿Por qué la aprobación de quienes gestionan la política se sitúa en España en el entorno del 10 % mientras supera el 90 % la de médicos e investigadores, el 80 % la de policías y profesores y el 70 % el de las universidades, las Fuerzas Armadas o la Administración? ¿Por qué, en fin, quienes más oportunidades tienen de explicar públicamente lo que hacen son juzgados de una forma tan radicalmente negativa, que empeora día a día?
Aunque durante mucho tiempo he sostenido que la respuesta a esas inquietantes preguntas debía buscarse sobre todo en el hecho de que políticos y partidos administran el conflicto político y social, lo que los coloca en el centro de las demandas de los ciudadanos y, por tanto, en el foco de sus críticas, estoy cada vez más convencido de que el desprestigio galopante de la política y de sus protagonistas resulta en nuestro país incomprensible sin constatar lo que debe ya denominarse el suicidio de la política española.
España lleva seis interminables años desgarrada por una cruel crisis económica, que ha destrozado grandes sectores de su tejido productivo y económico, arrasado una parte del sistema financiero y dejado a cuatro millones de personas sin trabajo, con las consecuencias devastadoras que provoca esa tragedia nacional.
Pues bien, cuando al fin parece que existen datos que apuntan hacia el fin de esta terrible pesadilla, los dirigentes del PSOE y del PP, que recogen la inmensa mayoría de los votos españoles, vuelven a la arena del curso que comienza debatiendo ¿¡sobre qué!? ¿Sobre cómo consolidar los datos que van en la buena dirección y corregir los que siguen siendo malos? No. ¿Sobre si es este el momento de cerrar un gran pacto político y social para asegurar la salida de la crisis? Tampoco. ¿Sobre cómo hacer frente de forma conjunta al desafío independentista catalán del próximo 11 de septiembre, demoledor para la imagen del país y la estabilidad de nuestra economía? Ni de lejos.
No, en un momento decisivo para el futuro de España, los dirigentes del PSOE y del PP vuelven de las vacaciones metiéndose de lleno en un fangal que los denigra, mientras supone un insulto para el conjunto del país: peleándose por lo que han cobrado Rajoy y Rubalcaba durante los últimos diez años. Ese debate, trufado por ambas partes de mentiras, constituye una forma impresentable de entender la política, que los españoles desprecian por completo, y más, si cabe, en un momento en que nos estamos jugando la salida del túnel de la crisis. Es ese desprecio el que lleva a nuestra clase política hacia el suicidio sin que a nadie le importe ya un pito que unos y otros se vayan al diablo.