Llevo unos días desconectado. Ayer encendí el ordenador para escribir estas líneas. Pensaba componer un texto festivo y leve sobre los Reyes Magos, los regalos y los niños. Antes de ponerme, me pasé por lavozdegalicia.es, como siempre hago, para enterarme de lo último. Mi humor cambió y se me fueron las ganas de escribir cualquier cosa amable. Todo por culpa de tres noticias que se juntaron en la primera página.
Las tres, sin contar la de Asunta, se referían a cuatro niños y me hicieron preguntarme una vez más qué nos pasa. Dos de los protagonistas, sin contar a Asunta, tenían 8 años cuando sucedieron los hechos, y los otros, 4 y 3. Dos niños y dos niñas. Tres de ellos fueron objeto de abusos, una por su padrastro o asimilado, y a la cuarta, la más pequeña, su madre la dejó sola en casa para salir con una amiga en Nochevieja. Un poco más arriba se noticiaba que habían quemado a una adolescente india después de violarla en dos ocasiones. La misma página recogía burlas a un discapacitado en un programa de televisión. Vampiros del dolor ajeno.
Este es el síntoma más profundo de la crisis: el desprecio por los más débiles, los menos capaces, los desasistidos, utilizados, exprimidos y, por fin, desechados, como los cien mil no nacidos que se van año tras año por los vertederos de las clínicas abortistas. Menos mal, que nuestra sensibilidad aún no se ha acorchado del todo. Menos mal que aún son noticia. Porque una civilización de la mera fuerza egoísta, indiferente, cruel y sin límites, inmisericorde, solo produce esclavos. Y ya tenemos más que nunca.