No son los padres

OPINIÓN

04 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Se lo puedo asegurar. Son muchos años escudriñando el cielo la noche de Reyes, hasta que aparecen. No se esconden, los vemos aquellas personas que no dudamos de su llegada anual. Y así entre las dos y las cuatro de la mañana nos sorprenden cada año como si temiéramos por su desaparición.

Llegan desde muy lejos viajando por el país de los sueños desde un oriente que no está en los mapas. Recorren la geografía de Antares y de Altair, el gigantesco atlas de las estrellas que escribieron su historia en el cielo. De África los vientos transportan al Baltasar, que en los libros antiguos lo conocían por el fosco, por el color oscuro de su piel, trae la mirra de los médicos sabios y se arrodilla ceremonioso ante el Niño; Gaspar, el más joven, se acompaña de incienso aromático por si el Niño Dios resulta un rapaz con poderes de alquimia, y el de la barba cana y andar despacioso, el anciano Melchor, partió de Persia en el año uno de la edad que ahora contamos. Trae oro para honrar a su divina Majestad.

En los libros antiguos los señores reyes eran una multitud de astrólogos guiados por los camino del cielo. Y hay quien escribió sus nombres que se fueron perdiendo en la niebla del tiempo. Jacobo de la Vorágine que en su Leyenda Áurea compiló las vidas de los santos que la Iglesia canonizó hasta el siglo XIII, solo reconoce a los tres citados reyes magos de Oriente, los tres Maggi bíblicos.

Ya Marco Polo dio noticia puntual de su existencia cuando en el año del Señor de 1299 escribió El libro de las maravillas relatando sus viajes por la ruta de la seda. Y en llegando a Saba, en el actual Yemen, visitó personalmente las tres tumbas de los señores reyes y supo por escribas e imanes orientales que uno, el de la oscura tez, era de Saba, el joven Gaspar de Ava y el más anciano de Cashar.

Sus cuerpos yacen ahora en la catedral de Colonia, duermen para toda la eternidad en un gigantesco sepulcro. Juntos los tres.

Y cada año viajan puntualmente por el inmenso territorio de la fantasía para que ningún niño del occidente cristiano se quede sin su regalo en la mañana de la epifanía. Traen remas de olivo, y naranjas redondas como un sol, regalan agua de rosas y tafetanes, sedas y uvas pasas de Corinto a quienes los aguardan esperando un año entero su llegada.

De verdad, no son los padres. Pueden comprobarlo personalmente. Abran balcones y ventanas, miren al cielo en la madrugada, cierren los ojos y déjense llevar por la magia como cuando eran niños. Descubrirán que la historia continúa... y sabrán para siempre que los Reyes no son los padres. No lo olviden.