De los muchos textos publicados sobre Adolfo Suárez, me quedo con la reimpresión de la entrevista que le hizo Josefina Martínez del Álamo en 1980 para Abc, aunque no se publicó hasta casi treinta años después, porque los asesores del presidente la consideraron demasiado sincera y, por tanto, inconveniente. En esa conversación, mantenida en un hotel peruano a la una de la madrugada y después de una cena de Estado, Suárez comparece con la guardia baja y dice lo que piensa. Permite mucha glosa, pero me detuve en una afirmación: «Intenté conciliar los intereses con los principios, y en caso de duda, me quedé con los principios».
No sé si la frase se entiende hoy, porque confundimos continuamente intereses y principios, convertimos las conveniencias particulares e inmediatas en normas o ideas que rigen el pensamiento o la conducta, según la definición del diccionario para principios. De manera que nuestro obrar resulta a menudo variable e incluso contradictorio. Robamos solo esta vez para asegurar el futuro de los hijos. Chalaneamos con la dignidad humana, pero solo para ganar las elecciones. Terminamos vendiendo a nuestra madre y pretendiendo que se trata de un derecho, por supuesto sentimental, para que no precise justificación y para poder indignarnos, como niños malcriados, si se nos pide esfuerzo o responsabilidad. Ayer Obama, tras la entrevista con el papa, se manifestó «extremadamente conmovido por sus comentarios sobre la importancia de que tengamos una perspectiva moral sobre los problemas del mundo, en lugar de abordarlos en los términos estrechos de nuestro propio interés». Habría que recuperar cuanto antes aquella tensión entre intereses y principios. Por el bien de todos.