Estuve hace un par de días en Compostela. La mañana reventaba de luz, el barómetro estaba desbocado, la calle era una romería obsesiva de paseantes, las terrazas sorteaban las mesas entre una legión de presuntos agraciados. En Santiago había explosionado la primavera.
En las conversaciones volvió a ser el tiempo climatológico el eje central. Había un grupo mayoritario que proclamaba que no se podía aguantar y que ese calor era insano. Otros mantenían la tesis de que ojalá durara, convencidos en el fondo de que la bonanza era pasajera y transitoria. En la terraza del antiguo café Alameda conseguí asaltar una mesa que quedó libre, y me dispuse a seguir escuchando conversaciones.
Un grupo juvenil hacía votos para que el tiempo se mantuviera lucido, caluroso y tan luminoso como el día que ya estaba comenzando a declinar, y en la mesa que estaba justo a mi lado aseguraban que si estos días eran buenos teníamos que prepararnos para la llegada de las lluvias durante la Semana Santa.
Ensayé un ritual secreto para que no se cumpliera el gafe, e hice conjuros para correr el meigallo de profecías que no son tales.
Necesitamos urgentemente una tregua temporal que instale un anticiclón cercano a nuestras costas y aleje la amenaza perpetua de borrascas que inundan Galicia con sus lluvias frecuentes y reiteradas. Nos merecemos una primavera amable, benigna y plácida, después del carro de galernas, de lluvias y de vientos que eligió Galicia para pasar el invierno.
La Semana Santa es en nuestro pequeño país una anual cita obligada. Mi pueblo, Viveiro, es muy grande, y con piedad antigua estrena este año su internacionalidad. Toda la vecindad, sin exclusiones de edad y procedencia, participa colectivamente en un auto sacramental abierto que durante una semana muda el perfil ciudadano exhibiendo un legítimo orgullo desde hace tres siglos.
La semana de Pasión es una pasión renovada, puesta al día, en mi amado pueblo.
¿Choverá? Es más que una pregunta cofradiera, es un pequeño desastre, si la lluvia acude, que tira por la borda todo el esfuerzo solidario con muchas horas, muchos días de trabajo.
El aguacero es incompatible con los desfiles procesionales. El agua estraga los vestidos de las vírgenes, los hábitos de los nazarenos, las tallas policromadas de los pasos y, lo que es peor, las ilusiones de las mujeres y de los hombres que han hecho de los días grandes de la semana de Pasión su anual compromiso.
Galicia debe esquivar el chubasco de los meses más luminosos de la primavera. Están siendo muy repetidos en el último lustro. El Señor castigó a la Tierra, a sus habitantes, con un diluvio universal que lavara los pecados de la humanidad. Nosotros, los gallegos, pese a las imperfecciones, hemos sido relativamente buenos. ¿Choverá? Dios no lo quiera.