La pregunta que encabeza este comentario puede formularse de otra forma: ¿Tienen futuro los jóvenes gallegos? Porque ellos, por más que las generaciones precedentes nos aferremos a la montura, son la Galicia de mañana. Si es que mañana Galicia existe: yo no me atrevería, a la vista del páramo demográfico en que vivimos, a profetizarle un futuro venturoso. Ni siquiera un futuro. De este país que durante siglos exportó brazos y cerebros, solo queda una población decreciente, envejecida y exangüe. La pirámide se ha invertido. El éxodo, impulsado por la crisis, se ha reanudado. Y los políticos, ensimismados en sus ínfimas querellas, ni siquiera concuerdan en el diagnóstico.
Los jóvenes -la Galicia de mañana- integran una especie en vía de extinción. Al comenzar el 2008 había más de 715.000 gallegos de 15 a 34 años de edad. Cinco años después se habían esfumado 118.622. Galicia perdió el 16,6 % de su juventud en un lustro. Sesenta y cinco jóvenes menos cada día. Unos marcharon en busca del pan que su país les niega; otros cumplieron años, viajaron a la «edad madura» y no fueron reemplazados. Aquellos, víctimas de la nueva emigración que el presidente Feijoo se empeña en minimizar. Los segundos, víctimas diferidas de la pandemia secular que diezmó los campos de Galicia y envejeció la estructura demográfica del país. El padrón de habitantes no miente. Solo lo hacen sus intérpretes: tienen bula y están aforados.
Quedan menos jóvenes -el futuro de Galicia se achica- y empeora la situación de los jóvenes que quedan. Y lo hace en mayor medida que en el resto de España. Lo prueba la EPA. En los últimos cinco años -cuartos trimestres del 2008 y del 2013-, disminuyó un 39,5 % la ocupación de los jóvenes gallegos de 16 a 34 años (-37,9 % en España) y el desempleo creció un 72,7 % (48,2 % en España). La tasa de paro, en la citada franja de edad, se disparó en Galicia en el último lustro: del 13,5 % al 30,8 %.
Combinemos la EPA con el padrón para visualizar el panorama desolador. Por cada cien jóvenes que había en el 2008, sesenta tenían empleo y nueve estaban en paro. Los 31 restantes corresponderían a la categoría de «inactivos», estudiantes sobre todo. Cinco años más tarde, y 118.622 jóvenes menos, solo estaban ocupados 43 de cada cien. El número de parados se había duplicado: 19 de cada cien. Y también había crecido el número de inactivos: 38 de cada cien.
La juventud gallega se extingue entre una disyuntiva dramática: o irse en busca de trabajo, o vegetar en el sofá familiar. Y ahora, señorías, apéense de las siglas y respondan con sinceridad: ¿Tiene futuro Galicia?