Redes sociales: que no sean un espejo del país

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

15 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El asesinato de Isabel Carrasco está produciendo una nueva víctima: las redes sociales. Estaban a punto de convertirse en una referencia casi demoscópica del éxito. La expresión «incendia las redes sociales» es sinónimo de triunfo ante una opinión pública necesitada de provocaciones y sobresaltos. Ser trending topic es la máxima aspiración de quien dijo algo en público. Los nuevos líderes se miden por la cantidad de seguidores acumulados en Twitter o en Facebook y por la rapidez en conseguirlo. Se dice incluso que fuera de esas redes no se ganan elecciones. Por eso, quienes no estamos en ninguno de esos artilugios de comunicación no solo somos una generación a extinguir, sino que corremos el riesgo del anonimato o la indiferencia ciudadana.

Y en esto, descubrimos cómo se pueden utilizar después de un hecho violento. Ya se había descubierto cuando Cristina Cifuentes quedó malherida en un accidente, y algunos escribidores de la red desearon su muerte, pero no le dimos suficiente importancia: algún descerebrado, nos limitamos a decir. Ahora, con el suceso de León, se percibió hasta dónde se puede llegar desde la impunidad de las redes: a censurar más a la asesinada que a las asesinas, a leer cómo se puede justificar un crimen, a dar rienda suelta a los peores instintos políticos y a utilizar el caso para el desahogo insensato, para la vendetta ideológica y para la amenaza personal.

Con razón el ministro del Interior anunció investigaciones para ver hasta dónde se puede llegar en la persecución de los posibles delitos. Este cronista, con los debidos respetos, se muestra escéptico ante ese tipo de medidas. Donde hay amenazas, incitación al odio y enaltecimiento del delito, está muy claro: se aplican los códigos y punto. Tanto delinque quien utiliza un medio de comunicación clásico, la plaza del pueblo o la comunicación verbal como quien usa Internet. El problema está en discernir qué es delito, qué es censura, qué es limitación a la libertad de expresión. En definitiva, cómo se ponen puertas al campo, por repetir una expresión habitual.

Pero no nos engañemos: lo más inquietante es desconocer si esas opiniones son el reflejo de algún estado de ánimo del país. A mí me recuerda vagamente, con todas las distancias que queramos establecer, cómo había ciudadanos vascos que celebraban los atentados de ETA y cómo señalaban a posibles víctimas. Por eso le digo al ministro del Interior: descubra y persiga a los indeseables, señor Fernández Díaz. Con toda la contundencia que le permitan las leyes. Pero no se olvide de un detalle: los sensores. Examinen los sensores, no sea que estemos asistiendo a los primeros síntomas de una grave enfermedad: la enfermedad del rencor.