Lo habitual en unas elecciones es asistir al penoso espectáculo de que todos los partidos se declaren ganadores. Pero, en esta ocasión, prácticamente todas las fuerzas políticas, excepto Podemos y ERC, carecen de motivo alguno para celebrar nada. PP y PSOE sufren un descalabro histórico; IU ve mermadas sus ambiciones por el auge de Podemos; UPyD y Ciudadanos quedan lejos de sus objetivos, pese a su subida; CiU continúa su viaje a ninguna parte, al igual que el BNG; y AGE frena su irrupción meteórica. La primera lección es que Podemos y su líder, Pablo Iglesias, han demostrado que un minuto en televisión vale más que quinientos mítines. La segunda, que el varapalo al bipartidismo en España ha sido mayúsculo. Pero, siempre a contracorriente, antes de anunciar la muerte del sistema establecido conviene relativizar tras la resaca y situar los resultados en el entorno de lo que ha ocurrido en Europa.
En el único país de la UE comparable con España por su tasa de paro, Grecia, con un 26,5 % de desempleo, arrasa la izquierda radical y el Gobierno bipartito se hunde, mientras que aquí, con un 25,3 % de desempleo, el partido del Gobierno conservador, presentando además a un candidato pésimo y decimonónico, gana las elecciones y triplica holgadamente en votos y escaños a la izquierda radical.
Habiendo cosechado un desastre sin paliativos ni precedentes, hay que decir que el establishment resiste en España mucho mejor que en el resto de Europa, donde no es que el bipartidismo sufra un varapalo, sino que directamente se va a hacer puñetas. En Francia, se imponen abiertamente los que quieren acabar con el sistema por la vía del fascismo; en Gran Bretaña, el antieuropeísmo populista le gana las elecciones a Cameron; en Grecia, la izquierda antisistema es primera fuerza y los neonazis, tercera; en Italia, los antisistema de Grillo se consolidan como segunda fuerza; en Austria y Holanda, la ultraderecha xenófoba se enseñorea. Y hasta en Alemania, el partido antieuro le abre una brecha a Merkel. Pero en España, los dos grandes partidos, pese a hacer el ridículo, siguen siendo primero y segundo y están muy lejos de poder ser superados por ninguna otra fuerza. Con esos resultados, anunciar la toma de la Bastilla se antoja algo precipitado, por más que a Rubalcaba, que no es María Antonieta, le hayan costado la cabeza. Si el bipartidismo se entiende como la alternancia de dos grandes fuerzas en el poder, el muerto sigue vivo. Con uno de cada cuatro españoles sin trabajo, lo extraño es que no haya espacio aquí para el populismo xenófobo, como ocurre en el resto de Europa, y que el chavismo de Podemos se quede en cinco escaños. Los mercados, siempre tan fríos en el análisis, tienen claro que la revolución tendrá que esperar y que el poder sigue y seguirá en manos de los de siempre. Después del supuesto cataclismo del sistema, las bolsas suben con fuerza.