Delitos de odio y miedo político

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

02 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

La cadencia es esta: un día se agrede a un inmigrante o se da una paliza a un homosexual; a continuación, alguien cuelga las imágenes en las redes sociales; las televisiones recogen esas imágenes y las emiten centenares de veces; se llama a algún sociólogo para que enmarque la dimensión del suceso; se lleva el tema a las tertulias; se descubre que hay unas 4.000 agresiones anuales; en ciudades como Barcelona se produce un asalto racista cada tres días. Y se concluye que ya tenemos un nuevo problema social: el de los llamados delitos de odio. La sociedad que hasta entonces parecía tolerante resulta ahora una sociedad marcada por la intolerancia, la homofobia y el racismo: tres palabras terribles. En esas estamos después de grabar el ataque de un menor ruso o un ciudadano de Mongolia en el metro de Barcelona.

¿Hay que hacer sonar alguna voz de alarma? En principio, creo que no. Esa agresión del Metro ha sido efectuada por ciudadanos extranjeros. La aceptación de los inmigrantes está siendo pacífica y amistosa, a pesar de los agravios comparativos en el trato que el extranjero recibe en servicios públicos como la sanidad. Los homosexuales han salido del armario con normalidad, contraen matrimonio sin obstáculos y tienen una presencia pública más que razonable. Y no tenemos explosiones de racismo como en otros países de nuestro entorno. El fenómeno, pues, quizá sea más mediático que social.

El problema empieza cuando se descubre el funcionamiento de los agresores. Pocas veces actúan de forma individual. Están asociados en grupos. Y cuando se descubren sus expresiones en las redes sociales, aparecen con símbolos nazis. Quiere decirse que en muchos casos atacan por ideología e ideología de exterminio. Son los nuevos nazis de la pureza de la raza. Se entienden a sí mismos como purificadores de una sociedad corrompida o invadida por valores ajenos. No tendrían inconveniente en marcar las casas donde viven los ciudadanos que hay que proscribir. E incluso lucen una estética personal para diferenciarse de los demás.

Ignoro si tienen futuro. A veces pienso que ese tipo de violencia la hubo siempre y no ha ocurrido nada. Pero me da miedo su conversión en fenómeno político. En otros países de Europa castigados por la crisis han conseguido infiltrarse en partidos de extrema derecha que concurren a las elecciones. Y en Alemania el máximo representante de ese nuevo nazismo acaba de ganar un escaño en el Parlamento Europeo. Conclusión: todavía no hay motivos para la alarma, pero sí hay motivos para que la policía extreme la vigilancia. Antes de que el malestar sea el caldo de cultivo del extremismo político. Los extremismos se desarrollan siempre en el descontento social.