Por qué Hernández se hizo imprescindible

OPINIÓN

10 jul 2014 . Actualizado a las 11:46 h.

De acuerdo con mi criterio, puesto por escrito muchas veces, no debería ser tan fácil destrozar una alternativa política -en este caso, del PP- como lo fue en Santiago. Sobre un único error políticamente culpable, que fue la candidatura de Conde Roa, se acumularon después excesos estratégicos y judiciales difíciles de comprender. Y no me importa decir que la sensación de asco y depravación que destila la reciente historia municipal de Santiago se asienta sobre manchas de polvo que nunca deberían haber causado este absurdo colapso de una corporación democrática.

Pero para que eso no hubiese sucedido teníamos que disponer de cuatro cosas que no nos cupieron en suerte: una Justicia madura y congruente; unos partidos políticos que no escupan hacia el cielo los mismos escrúpulos éticos que después le caen en la cara; unos ciudadanos que no digan que «ya se veía venir» lo que, a pesar de todo, votaron; y una oposición que, sin capacidad real para generar una alternativa, no se empeñe en aprovechar los tiquismiquis pokemónicos -esos que finalmente serán invalidados por la Audiencia de Lugo- para intentar llegar al poder por la puerta del caos.

Por eso, tras el desastre que entre todos -unos más que otros- hemos generado, no había más remedio que echar mano al último comodín que nos quedaba: explotar una posibilidad legal cuya evidente desmesura nadie se atrevió a impugnar en su día -porque ante las palabras terrorismo o Batasuna todo lo que es Justicia se echa cuerpo a tierra-, y reinventar, con evidente acierto, una corporación casi inmaculada. Porque solo así resurge la esperanza de aprovechar los diez meses que quedan para devolver la normalidad a Santiago, y solo así se puede evitar que, en el proceso de regeneración, se pierdan dos legislaturas.

Mi solución ideal tampoco era esta. Porque, tras el derribo judicial de una lista entera, lo más lógico era que Agustín Hernández intentase un Gobierno de concentración, para darle plena legitimidad de su operación. Pero eso, que en Alemania sería tan natural como marcarle siete goles a Brasil, no es posible, ni con esta oposición, ni con la cultura política que últimamente nos asola. Y por eso creo que la alcaldía de Hernández, de cuya competencia y habilidad no tengo dudas, debe ser tratada y evaluada como lo que es: la última oportunidad para que el caos más absoluto no se apodere de la ciudad, y para que el nombre de Santiago no acabe asimilado a la miseria y la chapuza del poder corrompido.

Claro que nada de esto exculpa al PP por lo que hizo en Santiago. Porque ahora sabemos que tenía buenos candidatos y no los puso; que tenía un buen alcalde y no quiso comprometerlo; y que sabía hacer listas y las dejó para otra ocasión. Por eso el nuevo alcalde tiene que aplicarse. Porque su partido tiene muchas faltas que hacerse perdonar.