Pujol y los otros intocables: los nacionalistas

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

15 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

En busca de desahogo, una pobre mujer acudió contrita un día al departamento de asistencia social de una institución pública donde trabajaba una amiga mía muy querida. El motivo de aquella aflicción residía en que a la señora acababan de comunicarle su grupo sanguíneo (0-), lo que a ella le parecía, a la sazón, una hecatombe: «0, o sea nada», clamaba la afectada; «negativo, o sea, menos que nada», repetía inconsolable.

Pues bien, el crédito que me merece el pretendido sindicato Manos Limpias es la del grupo sanguíneo de la señora de mi historia: cero negativo. ¿Resulta, pese a ello, creíble su denuncia de que Aznar y González conocían las golferías de Pujol y su familia? Creo que la acusación es, cuando menos, verosímil, aunque la formule Manos Limpias, porque encaja a la perfección con el trato político que nuestros dos grandes partidos de ámbito estatal han venido dando al nacionalismo, antes llamado moderado, vasco y catalán.

Tal trato podría resumirse en una frase: obsequiosidad de los estatales en todos los frentes a cambio de patadas en las muelas por parte de los nacionalistas. Sí, señor: desde el inicio mismo de la transición, UCD y PSOE, primero, y PSOE y PP luego, actuaron convencidos, por conveniencias de partido en algunas ocasiones, pero no solo por eso, de que el PNV y CiU, y por ende, quienes dirigían ambas fuerzas, tenían un plus de legitimidad, de desconocido origen, que exigía darles un trato privilegiado para conseguir así su apoyo al proyecto de España que se plasmó en nuestra ley fundamental.

Los estatutos vasco y catalán, hechos a imagen y semejanza de las pretensiones (y obsesiones) del PNV y Convergencia fueron el principal resultado de esa curiosa política de los partidos mayoritarios, pero desde luego no el único. El velo que cubrió el formidable fraude de Banca Catalana, las facilidades para que Pujol gobernase en Cataluña y el PNV en el País Vasco o la permanente disposición a transferirles dinero y competencias obtuvieron como respuesta una actitud perdonavidas, cuando no un desprecio manifiesto hacia quienes se mostraban dispuestos a todo con tal de solucionar el llamado problema vasco y catalán, que no ha sido nunca otro que el de la inclusión de sus nacionalismos. Por eso, no sería de extrañar que en el paquete de concesiones se incluyese también la vista gorda hacia los trapicheos de quienes acabaron por gozar de patente de corso para hacer un sayo de su capa.

Mal negocio, visto en perspectiva. Y es que después de recibir y recibir, los líderes de CiU y PNV acabaron por hacer lo que algunos se temían: responder a la generosidad del Estado democrático con la deslealtad de quienes aspiran a trocearlo. Hoy sabemos que algunos, además de desleales, eran unos verdaderos sinvergüenzas. Sí, hemos hecho, sin duda, un mal negocio.