El mundo occidental no contaba con la barbarie del llamado Estado Islámico. De pronto la ha descubierto con las espantosas imágenes de la decapitación de periodistas norteamericanos. Que el terror yihadista martirice a ciudadanos iraquíes o sirios e imponga califatos donde imperan la tortura, el secuestro y el asesinato masivo conmueve, pero es un asunto lejano. Que haga lo mismo con occidentales y que amenace con mayores represalias es algo que ni los gobiernos ni las conciencias pueden tolerar. Y menos cuando esas acciones vienen acompañadas de proyectos de recuperación de los territorios y el esplendor de otros momentos de la historia. Entre esos territorios está, como bien sabemos, España, con ocho siglos de presencia y una nostalgia mítica en la memoria de los nuevos guerreros.
La OTAN estudia qué hacer y quizá haya llegado a un acuerdo cuando se publica esta crónica. Sus miembros más poderosos ya se han comprometido a actuar: Inglaterra y Estados Unidos, con su aviación; Alemania, con armamento; otros con su apoyo logístico. Es la guerra; la nueva guerra que viene a complicar un panorama ya complejo por la desalentadora política exterior de Obama, por la falta de una autoridad suficiente en Naciones Unidas y por el desconocimiento de las intenciones expansionistas de Putin en Ucrania y su rechazo frontal a que la OTAN instale una base cerca de sus fronteras.
Occidente se enfrenta a uno de los enemigos más complejos y tenebrosos de toda la historia. Ya sabemos que el Estado Islámico no va a reconquistar España ni lo va a intentar, por mucho que nos ponga en los mapas de su ensoñación. Ya conocemos su enorme inferioridad frente al poderío de la OTAN y de cada uno de sus miembros. Pero puede provocar mucho dolor y derramar mucha sangre. Rajoy ya admite el serio riesgo de España. Si es coherente con sus palabras, participará con los medios que le pidan en la respuesta occidental. Pero cuidado con la respuesta puramente militar. No sería la primera vez que una acción represiva mata a mucha gente, y fomenta más terrorismo.
Con lo cual, mi conclusión es: estamos en peligro, luego hay que defenderse; pueden atentar contra nosotros, luego hay que prevenirlo; España es socio de la OTAN, luego debe ser solidaria. Pero cuidado con el método. Siempre se nos ha dicho que el terrorismo no se elimina con la aviación. Si los ejércitos pudieran acabar así con él, España no habría tardado medio siglo en dominar a ETA. Y el terrorismo islamista, presente en territorios inmensos, alimentado por activistas que llegan de los más diversos lugares del globo, con capacidad y preparación para camuflarse en nuestras propias ciudades, es todavía más difícil de combatir.