Conviene recordarlo: eso que se llama el «desafío catalán» comenzó un día como el de ayer, hace dos años, en la manifestación de la Diada del 2012. Fue el día que se perdió el miedo a reclamar directamente la independencia y a partir de entonces esa reclamación no hizo más que crecer. No nos entretengamos en consideraciones como la manipulación de la historia, la obcecación de los soberanistas o el suicidio colectivo que supondría la separación de España: ese es otro debate, necesario, pero no el que inspira el comentario de lo que ayer ocurrió en Cataluña. Y lo ocurrido ayer es que cientos de miles de personas hicieron suyas dos peticiones: celebrar el referendo de autodeterminación el 9 de noviembre y/o proclamar la independencia de Cataluña. Las dos reclamaciones se han juntado y representan el pensamiento de un número indeterminado, pero grande, de ciudadanos. Eso es lo que estuvo en la calle y todo lo demás es literatura política e interpretación legalista.
Ya sé también que una manifestación solo es una manifestación y no se puede legislar ni gobernar a golpe de manifestaciones. Pero tampoco se pueden ignorar. En Cataluña hay la realidad que ayer se expresó. No es cierto que esté bajando el suflé. Lo que alcanzamos a ver desde la distancia es que los convencidos de ayer están más convencidos hoy. Y las posiciones políticas no se mueven: el Gobierno central asegura que tiene todo previsto para impedir que se vote el 9 de noviembre y el presidente Mas afirma que tiene todo preparado para convocar la consulta. En ese inmovilismo de las partes está tomando cuerpo la incitación a la desobediencia civil, que a todos nos parece incluso delictiva, pero en la mentalidad radical de quien la invoca es un desenlace natural. Eso sería el tantas veces mencionado choque de trenes.
Y ahí radica precisamente la importancia de la Diada de ayer: ha servido para soldar el soberanismo y llenar de fervor a sus militantes. La consulta no es más que un medio; la secesión es el objetivo. No hay mucho que negociar, porque la postura del Gobierno es legalmente intachable. Pero sí tengo algo en lo que insistir, con riesgo de hartazgo de los lectores: a la Cataluña que hemos visto ayer en la Diada no se la silencia con la simple prohibición de la consulta. Eso arregla el problema del día 9, pero no el del día siguiente. Mantiene abierta y agravada la cuestión de fondo, que es soldar bien la unidad. Se cumplirá e incluso se hará cumplir la ley, pero no se convencerá a quienes ayer han salido a la calle con sus esteladas. Ese es el problema, señores del Gobierno de la nación. Y ustedes lo saben. Lo que ocurre es que solo saben salvar el momento y después? Después Dios proveerá.