Frente al realismo mágico de las sociedades campesinas, cuyo objeto es elevar el nivel ético y estético de sus abafantes miserias, las sociedades occidentales más pijas y opulentas han creado las leyendas urbanas, en las que se inventan o fabulan las piezas que le faltan al puzle del bienestar. Cuanto más rica y más pija es una sociedad, más leyendas fabrica, hasta que no queda ningún ámbito de la actividad social política o económica el que no operen estos imaginarios. Por eso estaba de Dios que en el proceso de secesión auspiciado por Mas acabarían emergiendo algunas leyendas urbanas.
La primera de esas leyendas es que la sociedad, como decía Guglielmo Ferrero, está protegida por genios invisibles, y que cuando los conflictos y las degradaciones sociales nos acercan al abismo, siempre aparece in extremis una solución realista, fácil, barata y consensuada. Por eso la sociedad catalana tienta la suerte con aire de fiesta y temeridad inaudita, confiando plenamente en que el bueno siempre llega a tiempo y siempre acierta en el blanco. Pero la historia demuestra que los genios invisibles de la ciudad son una leyenda urbana, y que el único tope que hay para la temeridad es el dolor y el conflicto.
La segunda leyenda apunta a que las contradicciones, los dilemas y las aporías son enredos de los clásicos, y que en las sociedades modernas siempre es posible recuperar la cordura mediante acuerdos de base. Pero la experiencia política dice que, cuando la libre iniciativa genera y socializa una aporía, puede no haber solución, y que si la discrepancia se convierte en nudo gordiano solo se puede desenredar con el filo de la espada.
La tercera leyenda urbana consiste en creer que el diálogo es un valor en sí mismo, y que basta con dialogar, o tener voluntad de hacerlo, para que las curvas se tornen rectas y las dudas, evidencias. Craso error. Porque el diálogo no es más que un camino por el que circulan voluntades y raciocinios, y cuando tal capital no existe, el camino solo nos lleva a ningures.
Y la cuarta leyenda es la que nos induce a pensar que si se acierta en la meta también se acierta en el camino, y que basta con repetir frases dulces y positivas -regenerar, reformar, pactar, constitución federal o dar respuesta a Cataluña- para que todas las ovejas descarriadas regresen a su redil. Pero la verdad es que no hay nada más estúpido que gobernar el mundo y sus conflictos a base de piedras filosofales, y que cuanto más obvio y simplón es el silogismo -¿me oyes, Pedro Sánchez?- más se enturbia la cuestión.
El follón catalán se está armando y contrarrestando sobre estas y otras leyendas francamente peligrosas. Y muy poco debe faltar para que empiecen a asomar las plumas del ave fénix, esa que solo resucita a partir de sus cenizas. O de sus cenizas y cenizos, como diría Ibarretxe.