Cameron de las Islas, ¡qué gran cantante!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

19 sep 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

En España se celebró en 1986 un referendo consultivo sobre la permanencia de España en la OTAN que guarda con el que ayer tuvo lugar en Escocia un único parecido, pero muy digno de mención: que los respectivos responsables políticos de su celebración, Felipe González y David Cameron, amenazaron finalmente a los votantes con el caos en la hipótesis de que aquellos no respondieran a sus expectativas y deseos: que los españoles optaran por seguir en la OTAN y los escoceses por permanecer en Gran Bretaña.

Esa cuestión es esencial, pues ningún gobernante responsable debe jamás colocar a sus conciudadanos en la tesitura de tener que decidir si prefieren el caos o lo contrario. Dicho de otro modo, si Cameron estaba convencido, como seguro que lo estaba cuando pactó la celebración en Escocia de un referendo de autodeterminación, de que la eventual secesión de esa parte del país sería una gran calamidad para Escocia, para el Reino Unido y para Europa, tenía que haberse negado en redondo a autorizarlo. De hecho, no es difícil concluir que si el primer ministro británico hubiera sabido cómo iba a acabar su supina estupidez, ni se le hubiera ocurrido actuar con el increíble grado de frivolidad con que lo hizo.

Lejos de ser considerado el príncipe de los demócratas, título que le han otorgado ya los nacionalistas de aquí y de acullá, Cameron se ha convertido por derecho propio en el príncipe de los necios, aunque, claro está, podría incluso ser peor.

Peor, ciertamente, porque cuando lean ustedes este artículo, escrito sin saber si en Escocia vencería el sí o el no, podría haber sucedido que los partidarios de la secesión hubiesen ganado la partida. En ese caso la necedad de Cameron, que no le afectaría solo a él, a su partido o a su país, sino a cientos de millones de europeos, sería históricamente imperdonable, pues el premier británico habría abierto a golpe de macheta una brecha formidable en el futuro de la UE al acordar, primero, la celebración de un referendo de autodeterminación y al pactar, después, contra el sentido común más elemental, que la secesión pudiera decidirse por simple mayoría: hoy Escocia podría ser independiente con el 70 % de participación y el 70 % de síes (49 % del censo), con el 80 % y el 60 % (48 % del censo) o con el 90 % y el 55 % (49,5 % del censo). ¡Una auténtica locura!

Sea como fuere y aunque gane el no, como apuntan las encuestas y la inmensa mayoría de los europeos esperamos que suceda, la lección del referendo escocés tiene para España una indiscutible utilidad: que, desde ahora, todos los que apoyen la celebración de un referendo en Cataluña (incluidos esos que dicen estar a favor de la consulta pero en contra de la separación) han de asumir abiertamente que si Cataluña se va no pasa nada. Es lo mínimo que debemos exigirles.