Ahora se entiende por qué los cuerpos de seguridad del Estado son las instituciones más valoradas por la sociedad. La razón es evidente: porque funcionan, porque son eficaces y porque se puede confiar en ellos. La narración que hizo el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, de las investigaciones para descubrir al depredador sexual de niñas conocido como el pederasta de Ciudad Lineal fue la crónica de un trabajo que, si fuese una serie de televisión americana, merecería el título de Misión imposible 2.
No hace falta mucha imaginación para ponerse en la piel de los policías que hicieron el trabajo: varios secuestros y abusos sobre los que apenas hay pistas; descripciones difusas del personaje; coches diferentes que despistaban al investigador; testimonios poco concretos de las víctimas; ausencia de relación previa con las niñas. Era como ponerse a buscar un tipo de apariencia bastante normal entre cinco millones de madrileños de apariencia bastante normal. Eso era todo. Bueno, no: estaban las familias de las víctimas y los vecinos de esos barrios, que vivían angustiados y querían una solución que nadie les podía garantizar. El pánico fue tal, que un ciudadano estuvo a punto de ser linchado este fin de semana, confundido con el agresor.
Y esa policía de los salarios congelados se puso a trabajar. Llegaron a investigar 750.000 líneas o contratos de teléfono. Revisaron miles de horas de grabación de cámaras de seguridad. Hablaron con centenares de personas. Contrastaron las pistas con expertos en comportamiento humano. Realizaron retratos robot. Se despistaron con modelos y matrículas diferentes de coches. Buscaron huellas dactilares en una tienda. Pidieron colaboración del FBI? Parecía un caso imposible, pero lo resolvieron. La sociedad se ha despertado esta mañana más tranquila que ayer. He aquí una noticia de servicios públicos que justifica el pago de impuestos.
Dedico esta crónica, pensada como homenaje, a esos policías anónimos que se identifican con un número de placa. Profesionales de primera magnitud. Se juegan la vida y a veces la pierden, como los de aquella triste noche en el Orzán. Están limpiando este país de bandas de delincuentes, de narcos que una ley absurda pone después en libertad, del crimen organizado, de corruptos que desvalijan el erario público. Ponen en manos de la Justicia a malhechores que el sistema garantista deja salir por la misma puerta que entraron a la cárcel. Y a pesar de todo, no se desaniman. Esa es la España que funciona. Esa es la España que merece reconocimientos, y el pueblo lo sabe y por eso la valora. Que lo piense y aprenda esa clase política que aparece en las encuestas como el tercer problema nacional.