El pasado lunes aún teníamos la mejor sanidad del planeta, y una enorme masa de ciudadanos, batas blancas y economistas contra la crisis estaban dispuestos a defender a ultranza este rasgo característico de nuestro Estado de bienestar. Hoy, en cambio, la desconfianza en el sistema es total, ya que según se dice -y los sindicatos proclaman- no estamos preparados para esto, carecemos de medios y de personal entrenado, improvisamos decisiones gravísimas, asesinamos a perros inocentes y somos el hazmerreír de Europa, de los Estados Unidos y de Sierra Leona. Y eso, en psiquiatría, se llama histeria colectiva.
Pero el reconocimiento oficial de esta histeria no es posible en España. Porque, aunque nos atribuimos el Estado más disparatado del continente, y la clase política más inepta y corrupta, y el desmantelamiento de los servicios públicos esenciales, también presumimos de ser la mejor y más leal ciudadanía del mundo, la que más sabe sobre sanidad, economía y teología moral, y la única que antepone la solidaridad y el bien común a los intereses particulares. Y por eso no nos queda más remedio que culpar de todo -de los fallos técnicos, de las decisiones políticas y de la histeria general- al Gobierno, que no sabe comunicar, que no le mete mano a los ricos, que solo piensa en rescatar bancos y privatizar servicios, que no comprende a Mas, y que no mandó a la ministra al hospital Carlos III para fregar el quirófano y quitarle los trajes de seguridad al personal sanitario. Y por eso hemos creado, casi sin darnos cuenta, el antídoto más eficaz contra esta crisis: forzamos la dimisión de Mato, votamos a Podemos, y? ¡todo arreglado!
Lamento decirles, sin embargo, que yo no comparto este diagnóstico, ni la dura explotación mediática que lo está alimentando. Lo que yo creo es que estamos ante un fallo técnico que se ha generado dentro de uno de los sistemas sanitarios mejores del mundo. Y que por eso cabe esperar que, más allá de este contagio por ébola, y de la urgente y necesaria explicación de sus causas, seamos capaces de reconocer que la situación interna es bastante normal, que, en una comparación global, somos unos privilegiados, y que lo más inteligente que podemos hacer es dejar que los técnicos reconduzcan este asunto desde la serenidad, que nos informen de lo que sucede, y que pongan límites a este ataque de pánico irracional y desproporcionado.
¿Y la ministra de Sanidad? Mal, muy mal. Pésima. Pero no por esto, sino por todo lo que hizo desde la toma de posesión hasta hoy. Por todo lo que dijo y por todo lo que calló. Y porque no sabe nada de sanidad ni es una gestora competente. Pero este desastre de ministra es pura política, y el incidente del ébola es pura sanidad. Y si nos esforzásemos en distinguir ambas cosas viviríamos más tranquilos y tendríamos mejor salud.