El común de la gente considera a los laboratorios farmacéuticos empresas que persiguen la curación de las enfermedades y el bienestar de los ciudadanos, tras invertir en investigación aplicada y recuperarla vía precios y patentes. Pero esta imagen está mudando a otra que les asocia con la carestía de las medicinas, la codicia y la manipulación de las redes sociales.
A esta mutación contribuye la polémica por el precio de los nuevos medicamentos, que ha levantado voces en todo el orbe, incluida la de la española Organización Médica Colegial, que ha acusado al laboratorio que comercializa el que cura la hepatitis C de «fijar precios abusivos, codiciosos e injustos» que pueden provocar un «colapso financiero» en el Sistema Nacional de Salud y «abrir la senda del abuso» a los fabricantes de otros medicamentos innovadores.
La hepatitis C afecta a unos 150 millones de personas en el mundo, de ellos entre 5 y 10 millones en Europa (de 500.000 a un millón en España), y es una de las causas principales de cirrosis y cánceres de hígado. Veinticinco años después del descubrimiento del virus que la produce, el medicamento Sofosbuvir se ha mostrado capaz de curar la casi totalidad de casos, hasta el punto de que Xavier Forns, jefe de la unidad de hepatitis del hospital Clínic de Barcelona y coautor de los estudios que han demostrado la eficacia del tratamiento, ha declarado que «por primera vez hay visión de que podemos acabar con la hepatitis C, un hito en la historia de la medicina».
Pero el coste del tratamiento con este fármaco, comercializado por el laboratorio norteamericano Gilead Sciences tras comprar por 8.000 millones de euros Pharmasset, que es el que desarrolló el Sofosbuvir con una inversión de 70 millones, ha obligado a la sanidad pública británica a retrasar al menos 4 meses su uso por su elevado precio. Y eso que el fijado por Gilead para el Reino Unido ha sido de 46.000 euros por un tratamiento de 12 semanas, frente al precio para Francia (56.000 euros), EE. UU (62.000 euros) y España (40.000 euros).
India, conocida como la farmacia de los pobres por su producción de medicamentos genéricos a bajo precio, ha actuado de otra manera: su Oficina de Patentes ha rechazado la petición de Gilead para patentar Sofosbuvir (de nombre comercial Sovaldi), afirmando que «una molécula con pequeños cambios debe mostrar, además de la novedad, una mejora significativa en la eficacia terapéutica» con respecto a la ya existente. Y eso, según el fallo, no ocurre con el Sovaldi, un inhibidor nucleótido de la polimerasa NS5B, que no aporta innovación sobre otra molécula de la farmacéutica Idenix. Su decisión abre la vía a que los laboratorios indios empiecen a producir el medicamento libremente y a un precio asequible para todos aquellos países en los que Gilaed no lo tiene patentado. «Acceder al Sofosbuvir fuera del bastión del monopolio de Gilead será crucial para ampliar el tratamiento a nivel mundial», según Manica Balasegaram, de Médicos sin Fronteras.
Y el sentido común dice que la UE, competente para aprobar el fármaco y registrar su patente, debería acelerar la compra conjunta de medicamentos, consiguiendo así un mejor precio para los sistemas sanitarios de los Estados miembros, con el fin de suministrar a los enfermos los mejores fármacos del mercado. Pero esta política está lejos.