Me parece oportuno debatir sobre la conveniencia de las clases de religión en las escuelas. En general, me parece que debemos debatir más sobre muchos asuntos: eso nos enriquece personalmente y fortalece la democracia. Lo contrario deviene en tiranía. La cháchara, es decir, el debate sin rigor, sin lógica y sin datos, produce efectos todavía más nefastos: engendra una convivencia social polarizada -dividida en buenos y malos- que a la postre degenera en una violencia más o menos intensa y explícita.
Adelanto que no diré mi opinión hoy sobre la presencia de la asignatura de religión en el currículo escolar. Se aparta de lo que algunos esperarían. Pero sí confieso mi extrañeza al leer en el editorial de un reputado diario que los contenidos de la asignatura se oponen a las verdades científicas sobre el origen del mundo. La teoría del big-bang fue formulada por el sacerdote belga Georges Lemaitre y en nada se opone a la creación. En otro medio, un conocido ensayista se escandalizaba de que la materia estuviera organizada en torno a la salvación del pecado que Cristo nos ganó en la Cruz. Es decir, se quejaba de que discurriera en torno a un misterio central de la fe cristiana. No sé cómo podría obviarlo. Asuntos menores: la denuncia de que la asignatura sea evaluable, obviando de paso que se trata de una optativa. Si el alumno no la elige, no se le evalúa. Si la estudia, tiene derecho a ser evaluado y a que forme parte de su expediente. Y por cierto, de la cacareada obligación de rezar en clase, no hay rastros en el currículo publicado.
Conviene debatir este asunto, pero con un mínimo de altura intelectual y sin trampitas. Si no, todos saldremos perdiendo.