Lo mismo vale para un roto que para un descosido, reza un dicho popular. Algo así le ocurre al partido Ciudadanos. Un día permite a una socialista ser presidenta efectiva y al día siguiente le hace el regalo a una conservadora. En Andalucía cierra la larga espera de Susana Díaz, y en Madrid otorga a Cristina Cifuentes los votos necesarios para ser investida; «embestida», que dijo la lideresa andaluza de Podemos, Teresa Rodríguez. Ciudadanos es, pues, la bisagra perfecta, el tapón que cierra todas las botellas, el novio de España que se deja querer por todas las suegras. Y mucho más: se ha convertido en el complemento necesario para cubrir los vacíos que deja el decaído bipartidismo. Quien tema que España se convierta en ingobernable después de noviembre se puede consolar pensando que, gane quien gane, ahí está Ciudadanos para recomponer una mayoría.
Ahora lo difícil es vender esa mercancía a los votantes. Quienes veían a Albert Rivera como una alternativa liberal y juvenil al oxidado PP, solo necesitarán una llamada de Rajoy al voto útil para que lo piensen dos veces. Quienes encuentran en Rivera una especie de socialdemócrata sin puño en alto ni canto de la Internacional, pueden temer que con su voto a Ciudadanos mantendrán al repudiado PP en el Gobierno. La justificación de Albert («nos comportamos como un partido de Estado») es bella y sugestiva, pero falta por saber si será entendida por quienes desean el relevo de toda una clase política envejecida y caduca.
Estamos, por tanto, ante una jugada de riesgo de Albert Rivera. Puede significar su consolidación como un partido serio; como un partido que no tiene ideología ni principios definidos, o como un comodín que puede usar cualquiera. Es seguro que en Andalucía irritó a todo el mundo conservador que reclama cada día terminar con el «régimen». Y es seguro que en Madrid cabreó a todos los que querían a Gabilondo como estandarte del cambio. Los que creemos en la generosidad de permitir la gobernación de un territorio y en la virtud de desatascar una situación de parálisis me temo que somos una inmensa minoría.
Pero esa inmensa minoría piensa algo parecido a esto. La alternativa a los pactos firmados sería mala para el país porque supondría repetir elecciones en Andalucía o algo que sonaría a frente popular en Madrid. Es una actitud ética respaldar la lista más votada, sea del PP o del PSOE. No hay tráfico de favores ni compra de escaños. Y habrá que valorar debidamente que «solo» se trata de imponer un código de regeneración política. Supongo que eso bien vale un elogio. Y, si se cumple ese código, se habrá prestado un importante servicio al país y donde más se agradece: en el terreno de la corrupción.