El esperpento de la Diputación de Lugo

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

26 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando se diluyen las ideologías o se arrumban al desván, y son reemplazadas por un batiburrillo de intereses particulares, ambiciones personales y religiones de partido, se producen esperpentos como el representado, en dos actos, en el Ayuntamiento y la Diputación Provincial de Lugo. El argumento, escasamente original, puede sintetizarse en pocas palabras. Las izquierdas -conviene utilizar el plural para referirse a ese magma- se enzarzan en sus viejas e interminables querellas, el pequeño chantajea al grande y, como resultado, una de dos: o bien se cede a la extorsión -Ayuntamiento-, o bien se entrega el bastón de mando -Diputación- a quien, cómodamente instalado en las bancadas de la derecha, solo aguarda el desenlace de la disputa.

Asombra el papel asumido en este asunto por el BNG. La formación que anteayer repartía credenciales de galleguidad y condenaba los matrimonios de conveniencia con partidos de obediencia foránea, ahora emula a los españolistas de Ciudadanos o de Podemos y se convierte en aduanero de honestidades: ni un solo imputado pasará por el diminuto ojo de su aguja. Tal vez esperan los nacionalistas, mediante zurcido de urgencia, restaurar su virginidad para subirse a la marea gallega en gestación. Paradojas que nos deparan estos tiempos convulsos.

Pero, dicho eso, me apresuro a significar que la responsabilidad en la desfeita de Lugo recae, exclusivamente, sobre las espaldas de los socialistas. Su disparatada gestión del dilema planteado por el BNG los abocó al suicidio. Gómez Besteiro tenía dos opciones, ciertamente ninguna satisfactoria, pero ambas con costes y beneficios. La primera, consistente en arrojar a los leones al candidato que el partido había designado, tenía un coste elevado: suponía aceptar la línea roja marcada por el BNG -no apoyar a ningún imputado- en vez del listón más bajo -ningún procesado- que marca el código ético de los socialistas. Y un claro beneficio: retener la Diputación en sus manos. La otra opción conllevaba un peaje abusivo, la pérdida del gobierno provincial, pero también un beneficio nada despreciable: el BNG tendría que justificar sus propias contradicciones y su entrega al PP.

Colocado en esa disyuntiva, y a falta de una solución óptima -rara avis en política-, un líder tiene que elegir entre lo malo y lo peor. Y a ser posible, por coherencia, mantener idéntica posición en otros ayuntamientos y diputaciones. Sucedió todo lo contrario: el PSOE cedió al chantaje, cambió de candidato como le exigían -el alcalde de A Pontenova por el de Becerreá- y, sin embargo, entregó la Diputación a la derecha. Asumió todos los costes y trasladó todos los beneficios al PP y al BNG. Al primero le regaló, inesperadamente, una extensa parcela de poder que daba por perdida. Y a la formación nacionalista la absolvió de todo pecado, porque el BNG cumplió estrictamente su propio guion: puso una condición, se la aceptaron y votó al (nuevo) candidato socialista. Libre de culpa, en consecuencia.