En 1919, la llamada «conferencia de paz» que siguió a la Primera Guerra Mundial engendró el Tratado de Versalles, un acuerdo que humillaba a la vencida Alemania, aniquilaba su aparato productivo, le imponía draconianas reparaciones de guerra y desmembraba su territorio. Mientras las potencias vencedoras discutían el reparto del botín de guerra, un brillante y joven economista, representante oficial del Tesoro británico, abandonó airado la conferencia y, después de pocos meses de escritura febril, publicó Las consecuencias económicas de la paz.
La tesis central del libro de John Maynard Keynes, que así se llamaba el economista, puede resumirse en pocas palabras: el propósito del Tratado de Versalles consiste en arruinar a Alemania, cercenar toda posibilidad de que pueda afrontar las indemnizaciones por los daños de la guerra y, no obstante, exigirle el pago (imposible). «El Tratado no incluye ninguna disposición para lograr la rehabilitación económica de Europa; nada para colocar a los imperios centrales, derrotados, entre buenos vecinos; nada para dar estabilidad a los nuevos estados de Europa».
De lo que vino después dan noticia los libros de historia. Alemania intentó pagar las reparaciones, su deuda se disparó a las nubes y su economía de entreguerras entró en barrena. La hiperinflación y el hundimiento del marco hizo que prácticamente la mitad de las imprentas alemanas se dedicaran a imprimir dinero basura.
Resulta impresionante observar la capacidad profética de Keynes. «¡Que el cielo nos salve a todos!», exclama, si nuestro objetivo es conseguir una Alemania «empobrecida» y que «sus hijos se mueran de hambre y enfermen». Por si quedasen dudas del aciago pronóstico: «Si nosotros aspiramos deliberadamente al empobrecimiento de la Europa central, la venganza, no dudo en predecirlo, no tardará». Esa venganza tardó veinte años y se tradujo en el conflicto bélico más devastador que recuerda la humanidad. La Segunda Guerra Mundial no fue sino una infección generalizada de las heridas nunca cicatrizadas de la Gran Guerra.
Pero, al menos, en el segundo acto de la tragedia la voz de Keynes fue escuchada. El «empréstito internacional» que proponía en 1919 para restaurar la economía resucitó en 1947 bajo el nombre de Plan Marshall, las reparaciones de guerra quedaron olvidadas y a Alemania le fue perdonada gran parte de su deuda. Europa comenzó de inmediato a suprimir trincheras y abrir vías de cooperación. Y la economía occidental, dotada de instituciones de inspiración keynesiana -¡el FMI, entre ellas!-, se dispuso a iniciar su más largo período de prosperidad.
Pero todo esto es historia y cualquier parecido con la realidad actual es mera coincidencia. Ahora quien capitula es Grecia, un pequeño y destartalado país repleto de señoritos que al parecer viven de la sopa boba. Y Angela Merkel, obviamente, no ha leído Las consecuencias económicas de la paz. ¡Que el cielo nos salve a todos!