Al final decidí buscar ayer los vídeos con ejecutivos de Planned Parenthood que tanta escandalera están causando en Estados Unidos. Tardé, porque los ha grabado con cámara oculta, eso no me gusta, un grupo antiabortista norteamericano y, a veces, esos grupos copian demasiado fielmente allí las tácticas de violencia física y moral que aplican con enorme éxito sus oponentes o los de la LGBT y otros grupos llamados progresistas. Vencidas las reticencias, comprobé que los vídeos muestran que Planned Parenthood -auténtica arma de destrucción masiva del capitalismo salvaje, con millones de abortos en sus clínicas- reconoce que ha montado un sistema para traficar con los restos de los bebés abortados y que recurren al nacimiento parcial -el niño sale por los pies y lo matan cuando solo falta la cabeza- para no dañar los órganos más solicitados: hígado, corazón, extremidades.
También admiten su pericia -cuando no usan el nacimiento parcial- para machacar al feto sin dañar los órganos que codician. Lo peor: a la hora de ejecutarlo, parecen conceder más importancia a la obtención íntegra de los órganos que a la seguridad de la madre o al dolor del feto. Son entre treinta y cien dólares por órgano, que multiplicados por millones de abortos producen un interesante ingreso añadido para poder seguir financiando las campañas de los demócratas.
Quizá por eso, pese a las noticias de los grandes periódicos y de las cadenas de televisión, tanto la Casa Blanca como los demócratas siguen callados, salvo para decir que no retirarán los fondos federales que Planned Parenthood recibe para actividades no directamente abortivas: 207 millones de dólares en los últimos dos años.