Hace años que se inició el desmantelamiento del tejido empresarial gallego. El símbolo más evidente fue la total desaparición del grupo Barrié. Fue uno de los grupos empresariales más potentes de España, pero de él ya no queda nada, ni su principal emblema, el Banco Pastor; ni una marca con tanto valor acumulado como la de La Toja, tanto en la línea de cosméticos, en manos de una empresa extranjera, o en el turismo de calidad. El aspecto de la isla grovense, en otro tiempo una adelantada en el turismo de excelencia en España, es ya poco más que el de un negocio inmobiliario.
Tampoco los últimos años nos depararon mejores noticias. Hemos vendido nuestra empresa de telecomunicaciones; hemos vendido nuestros principales astilleros privados, incluso cuando ya advirtieron los compradores que a ellos más que el astillero lo que les interesaba era transferir nuestra tecnología a su país. Hemos vendido importantes empresas a los chinos, que ahora campan por la ría de Vigo como quien sale de compras para aprovechar la época de saldos. El fiasco de Pescanova ya lo hemos visto todos. Ahora Zeltia, nuestro emblema en biotecnología, se fue casi íntegramente a Madrid, donde también fijó su sede el grupo financiero que, a precio de saldo, compró lo que quedaba de nuestro sistema financiero. Un proceso nunca explicado del todo. Los pocos empresarios gallegos que, con espíritu de país, apostaron con su dinero por la galleguidad del banco terminaron perdiendo sus millones por una maniobra política difícil de entender. Y seguro que no se acaba aquí la lista de empresas que se van o desaparecen. La industria del aluminio está en el aire. Podemos añadir el debilitamiento de sectores básicos de nuestra economía, como la pesca y los cultivos marinos, la energía eólica, la industria de la madera, la industria cultural desprovista del apoyo de las grandes fundaciones, y un sector lácteo incapaz de organizarse en una cooperativa como única salida a su necesaria diversificación y concentración. Seguimos produciendo leche cuando la demanda se orienta hacia derivados de mayor valor añadido.
Evidentemente nos queda Inditex, y que nos quede mucho tiempo, y Citroën y que no se deslocalice un día, y algunos empresarios arraigados y de éxito. Nos quedan también dos amenazas tremendas: el grave envejecimiento de la población, agudizado por la nueva emigración, y la exportación de talento, desaprovechado la costosa inversión en formación. A cambio se nos vende el éxito de un turismo de bajo coste. Cierto que asoman iniciativas innovadoras, cierto que nos vamos posicionando en sectores de futuro, y cierto que no faltan ejemplos positivos, pero el balance es dudoso. ¿Podría haberse hecho de otro modo? Yo creo que sí. Bastaría con dos cosas: tener un proyecto de política económica a medio y largo plazo, en lugar de una política de mantenimiento que, como la realidad demostró, terminó en la pérdida de oportunidades y en una suma de iniciativas desconectadas; y promover un liderazgo regional fuerte desde el lado de la empresa en alianza con el gobierno autonómico y guiado por el compromiso con el país. Miremos al País Vasco y veremos que esto que digo no es una entelequia; es más, ahora sus empresas, reforzadas por una política eficaz, ya están empezando a entrar en el saldo gallego.
Y me resulta inevitable terminar así: no basta con la austeridad presupuestaria, porque un proyecto de futuro va mucho más allá de cuadrar el presupuesto público. Y más cuando ese ajuste se hace a costa de la calidad de los servicios públicos, del aumento de la presión fiscal, y del mantenimiento de instituciones innecesarias que solo sirven como retiros dorados a políticos amortizados.