En agosto se destruyeron más de 134.000 empleos y sus ocupantes dejaron de cotizar a la Seguridad Social. Las víctimas no eran camareros o pinches de cocina contratados para la ocasión, porque la campaña turística estaba en su apogeo, sino asalariados o autónomos de industrias y servicios cuya actividad se paraliza -o mengua- con la llegada de los calores estivales. De hecho, el colectivo con más bajas lo conforman los profesores de la enseñanza privada: casi 54.000 causaron ese mes baja en la nómina de afiliados a la Seguridad Social, si bien albergan la esperanza de reincorporarse estos días a sus colegios o academias.
Este mes de septiembre volverá a reducirse el empleo en la economía española. Muchas empresas y negocios reanudarán la actividad suspendida en agosto, pero la hostelería y otros servicios vinculados al turismo arrojarán de nuevo al paro a miles de contratados temporales. Las altas serán menos que las bajas y, en consecuencia, la afiliación caerá de nuevo. Esto solo es un pronóstico, obviamente, pero les apuesto doble contra sencillo a que se cumplirá. Y aun así, me gustaría equivocarme.
¿Ha pinchado la recuperación? El Gobierno se apresura a negarlo: el batacazo de agosto se explica por motivos estacionales. El dato puntual apenas tiene trascendencia, la semejanza de este agosto con los peores meses de la crisis no preocupa y tampoco importa que a estas alturas haya menos trabajo -y peor remunerado- que en el páramo que dejó en herencia Zapatero. Pasados los «meses malos», volverá a reír la misma primavera que, en los últimos doce meses, hizo florecer el campo con más de medio millón de empleos y subempleos.
Supongamos que el Gobierno tiene razón y que, en el último trimestre del año, la creación de empleo se reanuda y la afiliación a la Seguridad Social se recupera. En este caso, ¿qué significan los enormes y crecientes vaivenes de altas y bajas en la afiliación? ¿Por qué la dinámica de creación-destrucción de empleo en la economía española se parece a una gigantesca montaña rusa, con subidas y bajadas cada vez más pronunciadas? La persistencia del viejo modelo productivo, basado en actividades de acusada estacionalidad, baja productividad y trabajo discontinuo, con el añadido reciente de la progresiva precarización del mercado laboral, explica las enormes oscilaciones.
Los gurús han decretado el fin del empleo fijo y estable. Se impone el trabajo de temporada, o por días, o por horas. El prêt-à-porter y el low cost laboral. El empleo de quita y pon. Como el de los jornaleros que, tumbados a la sombra del olivo, aguardan al capataz que puede o no contratarlos por unas horas o para toda la campaña. O como los amantes a quienes cantaba, allá por los setenta, Guillermina Motta: «Yo en amores soy muy ligera, / amo a los hombres como si fueran / ropa interior de quita y pon». De ese trabajo de quita y pon se nutre la cacareada recuperación. Y ni siquiera es seguro que el pon prevalezca sobre el quita.