Éramos los dos de la cosecha del 71. Los dos pasamos por las aulas de Barcelona. Los dos caímos en La Voz y a los dos nos gustaban las aceras y las personas, que es donde anidan las historias, y no las moquetas, que dan alergia. Tal vez por eso siempre nos entendimos bien, con lo difícil que es quererse en el campo de minas de una redacción. Nacho Mirás decía que era marido y padre a tiempo completo y todo lo demás a tiempo parcial. Pero la ventanilla de bloguero, gaiteiro, periodista y amigo también abría 24 horas al día.
Cuando hace dos años la vida se levantó y vino a darle su ración de guantazos, con un retorcido tumor cerebral al que llamaba Casiano, a Nacho, que era el mejor contador de historias que conozco (oral o por escrito, daba igual, él era multimedia), le dio por soltarlo todo en su blog, rabudo.com.
Esa bitácora es Nacho. Y es un gran libro de amor. De amor a los suyos, a Ainhoa, a Ane, a Mikel, la prioridad absoluta de su existencia. De amor a la amistad, porque su vida fue esa gran boda gitana a la que un día lo invitó su amigo Sinaí y que él contó en una de sus crónicas prodigiosas. De amor al periodismo, que Mirás padre fue coleccionando todos estos años en la Nachopedia que custodia en su casa de Vigo. El periodismo irredento de su Cara B, donde a veces me tocaba sustituirlo durante sus vacaciones de julio, cuando se iba con la familia a los sanfermines, pero, por supuesto, nunca lo pude sustituir, solo tapar el hueco durante esas cuatro semanas. El periodismo que clavó en relatos para siempre, como su maravillosa crónica del entierro de Fraga, que es una de las muchas pruebas que atesoramos de su amor incurable por este oficio. De amor a la música, a esas canciones que desde que saltó el diagnóstico Loló le mandaba cada noche para que se frotase las manos entre las notas y tocase de nuevo la gaita, aunque solo fuese en sueños.
Y, sobre todo, de amor a la vida. Porque, como diría Kissinger, la vida a veces es una putada, pero es nuestra putada. Y Nacho la exprimió hasta la última gota.
Todo lo que nos vamos a perder. Todo lo que dejaremos de leer, saber y amar por haberse ido tan pronto a las nubes del hotel Savoy con el gran Alvite. La que van a liar allá arriba, o donde sea.
Abro el libro en el que volcó todo esto desde su blog, El mejor peor momento de mi vida, y me encuentro con la dedicatoria, con esa letra clara que ni los sucesos ni las ruedas de prensa lograron destrozar, y leo una frase que es la mejor definición posible de Nacho: «Alma, corazón y vida y nada más». Así era nuestro rabudo.