Nuestros responsables políticos nos piden que renovemos nuestra confianza en ellos después de haber dedicado ingentes cantidades de recursos públicos a salvar a los bancos privados, a base de recortes en los presupuestos sociales, sin que haya habido una rendición de cuentas de los responsables de esas oscuras estrategias financieras que pusieron al borde del precipicio a toda la economía y a toda la sociedad; y de que esos mismos bancos ya estén dando beneficios para sus accionistas y no para el conjunto de la ciudadanía. Unos responsables políticos incapaces de liderar propuestas atractivas de salida de la crisis, más atentos a sus luchas internas y a denunciar la corrupción del otro antes que reconocer con valentía y humildad la de los suyos.
Mientras tanto, la llegada creciente de inmigrantes y refugiados es una llamada que nos abre a una realidad aún más grave y urgente que la nuestra: la de quienes no tienen otra salida que abandonar su tierra. Y a nuestros políticos toda la fuerza se les va por la boca, porque de momento esas personas siguen sufriendo.
Sentimos, de forma difusa pero inquietante, que estamos perdiendo algo que se había ido consolidando desde la Segunda Guerra Mundial en un proceso lento pero que parecía irreversible: el modelo del Estado social. Por eso estamos ante una crisis grave. Hoy, además, tenemos que reconocer que el planeta sufre una seria amenaza, precisamente por la acción de los mismos seres humanos: cualquier mirada de futuro con esperanza necesita incorporar las implicaciones ecológicas.
De todo ello habla un magnífico documento que la Compañía de Jesús en España acaba de hacer público: Crisis de solidaridad, solidaridad ante la crisis. En este contexto, ¿cabe apostar por la solidaridad? La magnitud de la crisis ha subrayado la urgencia de promover una ciudadanía sensible y comprometida con el bien común. Los jesuitas plantean siete grandes ámbitos de acuerdo: cuatro se refieren a políticas de ámbito nacional (recreación del Estado social, educación, regeneración de la vida pública y políticas de inclusión) y tres se refieren a horizontes más amplios de la solidaridad (medio ambiente, Europa y responsabilidad global). Y subrayan que no se puede exigir sacrificios ni imponer recortes a la gente en general cuando se multiplican los casos de corrupción. Deben ser perseguidos, esclarecidos y castigados todos esos abusos y así restablecer la confianza en la sociedad de que, al menos al final, se hace justicia.