El día que yo tenga un partido político y aspire a la presidencia del Gobierno, haré un programa electoral con una sola promesa: «Lo haré lo mejor que pueda». Después, en todo caso, daré los nombres de los ministros que van a ejecutar esa política y pondré tres o cuatro ejemplos de la nación que quiero construir. Y punto, que diría don Manuel.
Total, ¿qué más da? Si te metes a hacer una gran política social, incurres en déficit y vienen los de Bruselas y te obligan a ajustar las cuentas. Si decides presionar al capitalismo para repartir mejor la riqueza nacional, los capitales huyen del país y te crean un problema de mil pares. Si, por el contrario, te pones del lado de los grandes emporios y decretas la libertad de despido, tienes que medir tus fuerzas a ver si resistes una huelga general cada seis meses. Si haces un educación laicista y todo eso, te cae encima la Iglesia y a las siguientes elecciones no consigues un voto católico ni por equivocación. Si prometes reformar la ley del aborto como uno que yo sé, te acabas tragando la idea inicial de reforma y te pasas la legislatura diciendo que no encuentras el consenso suficiente. Si quieres hacer una política exterior original, tienes que aguantar al pelma de Alemania o de Estados Unidos que te llama para que vuelvas «ao rego». Y si pretendes organizar la agricultura, la ganadería, la pesca, la minería, el comercio, la industria, la banca y el cuidado de los callos de los pies, tropezarás con una directiva europea de la que no puedes desmarcarte.
Así que gobernar un país tropieza hoy con tantas limitaciones a la libertad de iniciativa y tantos condicionantes externos que el aspirante debe tomar conciencia de que será un puro administrador de ideas de otros. Por eso nadie lee los programas y la gente se queda con un par de titulares. Por eso resultan tan oníricas la mayoría de las propuestas con que estos días nos inundan los partidos, sobre todo los que aspiran a dar un puntapié a Rajoy. Todos sabemos que no podrán ser cumplidas, porque son un programa onírico y desconocen la limitación de soberanía que imponen los poderes reales: la Unión Europea y los puñeteros mercados, que manejan valores como la prima de riesgo, que están por encima de los deseos de los gobernantes y las naciones, por poderosas que sean.
Al final, ¿sabéis lo que cuenta? Claro que lo sabéis: la confianza que inspira un líder o un partido. Y para inspirar confianza no necesita grandes proclamaciones teóricas, ni mamotretos de programa. Basta con saber quién lo rodea, un equipo de gente seria o un grupo de pardillos. Basta con escuchar su tono para saber si es hombre o mujer de fiar. Y muchas veces, casi siempre, basta con verle la cara.