Que en una sociedad democrática resulta difícil evitar que un charlatán como Pàmies vaya por ahí contando a gente incauta, mucha de ella quizá desesperada por la terrible angustia producida por una grave enfermedad, que tiene remedios milagrosos para acabar con los males contra los que lucha un sistema sanitario de calidad excepcional como el que tenemos en España, no parece discutible. Y ello pese al indudable y grave daño que los consejos disparatados y las absurdas recetas del tal Pàmies pueden llegar a producir en un grupo de personas dispuestas a agarrarse a un clavo ardiendo capaz de darles un rayo de esperanza, por más falsa que aquella pueda ser.
Pero una cosa es que no pueda prohibirse legalmente a Pàmies llenarse los bolsillos haciendo propaganda de sus remedios increíbles, y otra, muy distinta, y sencillamente inadmisible, que sus supuestas conferencias magistrales las organice un ayuntamiento en su casa de cultura, como ha sucedido en Silleda, o se celebren en un local público, ¡y para más inri educativo!, como ha acontecido en el IES Sánchez Cantón de Pontevedra. Y es que nada puede ser peor para dar credibilidad a este cuentista que ofrecerle la cobertura de instituciones a las que se les presume respetabilidad.
Pàmies -moderna reencarnación de aquellos vendedores de crecepelo que salían huyendo por mentirosos del poblado en las pelis del Oeste- se vende a sí mismo, criticando lo que él llama «la medicina tradicional» y poniendo como cebo la supuesta colusión de intereses entre aquella y la poderosa industria farmacéutica. Y aunque nadie niega que tal colusión existe de verdad y produce en algunos casos efectos absolutamente criticables, que pueden llegar a ser incluso constitutivos de delito, llamar medicina tradicional a la que evoluciona cada día, como fruto de la investigación científica de decenas de miles de personas y de la práctica profesional altamente cualificada de millones de profesionales sanitarios en medio mundo, constituye una falacia de tamaño sideral.
Como es su obligación, esos profesionales de la medicina han alertado contra las peligrosas mamarrachadas de Pàmies. Ninguna autoridad debería favorecer, por ello mismo, sino todo lo contrario, la posibilidad de que esa cruzada contra la ciencia llegue al público. Es más, las autoridades sanitarias deben vigilar con todo el celo necesario las actividades de Pàmies para, si fuera necesario, aplicarle todo el peso de la ley en caso de que incurra en intrusismo profesional.
Formar a un médico lleva en España entre 9 y 11 años. Pero Pàmies, de profesión agricultor, reniega de la quimioterapia como tratamiento para el cáncer, afirma que el VIH no es la causa del sida y dice ser conocedor de la cura del ébola. Y se queda tan ancho, mientras llena salas de conferencias que dependen de las autoridades públicas.